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Defender nuestra Selección es defender España, también cuando pierde

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Criticar al que está mal es muy fácil, y denota entre otras cosas mala fe, envidia (autodesprecio en dirección al otro) y poca educación. Y esto se da con mayor saña cuando el que está mal y es criticado antes fue un grande, y/o lo sigue siendo. Lo difícil es criticar a un grande cuando lo es, y no cuando tiene que llevar alpargatas en los pies. No es un defecto español, sino universal, a tenor de ciertos comentarios vertidos sobre la selección española entre ayer y hoy. 

Comentarios vertidos contra la selección que, en general, pueden ser extensibles a toda la nación española. Ser el número uno en algo te pone en el punto de mira de todo el Mundo, sean rivales, enemigos o amigos de toda clase. ¿Acaso el fracaso no es parte de la vida, también de los triunfadores? ¿Acaso un número uno no tiene derecho a perder a veces? No hay más que recordar la bilis zafia y vulgar que algunos expulsaron cuando nuestro tenista Rafa Nadal tuvo su anus horribilis debido sobre todo a lesiones. El argumento de muchos es "como gana tantos millones no tiene que perder nunca". Ahí se denota autodesprecio. ¿Es que acaso usted, pobre u obrero, como gana poco dinero tiene siempre que perder?

La mentalidad del envidioso es siempre mentalidad de perdedor, porque es como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer. El envidioso es un fariseo, que ni se salva él ni permite que se salven los demás. Cuando nos encontramos un número uno en fútbol, como es la Selección Española, como es Rafa Nadal, Pau Gasol en baloncesto, el FC Barcelona, el Real Madrid, etc., o en otros campos (ciencias, política, relaciones públicas, artes, amistades, seducción, incluso en bondad), hay que entender que todos ellos, en algún momento, han perdido, pierden y perderán. Tendrán caídas, recaídas, depresiones, tristezas, momentos de absoluta soledad e incomprensión y sufrirán traiciones de algunos que a su lado estaban cuando estaban más arriba que nadie.

Con los ganadores, con la Patria, hay que estar a las duras y a las maduras (también con los "perdedores", los desfavorecidos). Eso es patriotismo. Patrioterismo es gritar "yo soy español, español, español" cuando tu selección gana dos eurocopas y un mundial seguidas pero cuando pierde te ríes a mandíbula batiente de tu equipo, los insultas e insultas a tu país. Sacar la bandera nacional solo cuando ganas no es ser patriota, es ser un idiota. Los momentos de derrota son momentos de aprendizaje, de reflexión y de propósito de enmienda, de contrición hacia lo salvífico, que dirían los católicos. Solo así se puede remontar y volver a ser ganador.

Cómo es un ex-buenista antibuenista

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Este post, que tenía pensado escribir hace tiempo, es una reflexión previa a otro que escribiré cuando toque sobre mi situación respecto no al materialismo filosófico de Gustavo Bueno, sino respecto a su entorno social más directo, pero que necesita de una escritura previa sobre un tipo muy particular de buenista (esto es, de seguidor de Gustavo Bueno) pero que es buenista en un sentido como de "reverso", no se si luminoso o tenebroso o al menos tan tenebroso como el "buenismo", en tanto que se trata de antibuenistas que fueron furibundos, apasionados y radicales seguidores de Gustavo Bueno que dejaron de serlo por motivos distintos pero no tan disímiles entre sí. Este no es un post sesudo, y se me acusará de psicologista, pero no me importa en tanto que el retrato psicológico de un tipo determinado de sujetos con características comunes no deja de ser una caracterización basado en experiencias emic que, etic, podrían corroborarse (o no). En todo caso, creo necesario escribir esto a tenor de mi experiencia personal con este tipo de "personal".


Antes hay que aclarar que yo nunca he sido buenista, ni me ha gustado jamás ese tipo de adjetivo. Frente al materialista filosófico serio (que los hay, de todos los "colores"), frente al que sigue la metodología de análisis del materialismo filosófico de Gustavo Bueno (Ver "Materialismo metodológico como materialismo operatorio": http://www.filosofia.org/filomat/df002.htm), el buenista siempre se ha caracterizado, más que por un seguimiento difuso o consecuente de dicha metodología bueniana (de la misma manera en que no es lo mismo marxista que marxiano, no sería lo mismo buenista que bueniano), por un desmedido culto a la personalidad de Gustavo Bueno y de su entorno, creyendo que Bueno y todo lo que tuviera su "toque" estaba ya bañado de una suerte de Espíritu Absoluto que elevaba, cual Gracia santificante, a todo aquel que lo abrazase de manera apasionada. Todos hemos sufrido ese enamoramiento en mayor o menor grado con Gustavo Bueno, aunque los acercamientos a la doctrina de Bueno y a sus derivaciones, desviaciones y evoluciones han podido matizar dichas pasiones, para bien o para mal, hasta el punto de permitir a algunos desarrollar un cierto estoicismo respecto a Bueno y su entorno que no es incompatible con el control de determinadas pasiones suscitadas. Sin embargo, ese estoicismo no existe, a mi juicio, en muchos buenistas, como tampoco en los ex-buenistas antibuenistas (diferenciados de los antibuenistas que jamás fueron buenistas, que o bien aborrecen a la persona de Gustavo Bueno y su entorno, o bien simplemente no comparten en todo o en parte la doctrina del materialismo filosófico bueniano). La forma de ser el ex-buenista antibuenista es tan reverso del buenista fanático como la cruz invertida de Anton La Vey, famoso satanista, lo era de la Cruz de Cristo cristiana católica. No digo con ello que los ex-buenistas antibuenistas sean "el mal", pero sí tienen ciertos dejes que son dignos de mención.

El ex-buenista antibuenista me recuerda mucho a un episodio de dibujos animados de la Warner Brothers, cuando un pequeño perro llamado Chester, saltaba admirado alrededor del bulldog malote del barrio, Spike, mientras veía en él a algo más que a un líder, a un mentor. Cuando Spike falla a Chester, básicamente por no entrar en el canon idealizado de personaje que sobre él tenía Chester, éste se buscaba enseguida otro sujeto (a veces el gato Silvestre) sobre el que repetir la misma acción de saltos, ansiedad, gritos y peloteo sectario incontrolado que ya realizaba sobre Chester.


Evidentemente, Spike sería Gustavo Bueno y su entorno, y Chester el ex-buenista antibuenista que, tras caerse del caballo su ídolo, busca otro nuevo, y lo suele encontrar, como lo encontraron los buscadores de mesías en La Vida de Brian (da igual si el Mesías está muerto o vivo).


Hay, a mi juicio, tres características básicas del ex-buenista antibuenista muy claras:

a) Acaba defendiendo absolutamente todo lo opuesto a que apasionadamente defendía cuando era buenista. Si antes defendía la nación española, ahora le dará igual o verá con buenos ojos al separatismo. Si antes se definía ateo católico ahora odiará todas las religiones. Si antes defendía la Hispanidad, ahora defenderá cualquier cosa geopolítica que, aún imposible, se aleje de una idea que considera "errónea", e incluso "peligrosa". Si antes era antiabortista radical, ahora será proabortista radical.

b) Acaba aborreciendo todo aquello que, aún de refilón, suene a "buenista", aún siendo "desviaciones", llámense estas "materialismo fenomenológico" de Ortiz de Urbina, llámese "comunitarismo materialista católico de la teoría de la acción vital orteguiana" de Fuentes Ortega, llámese "Izquierda Hispánica" u otras "herejías". Sin embargo, abrazará autores que, aunque no lo parezca, tienen bastantes puntos en común con muchas ideas de Gustavo Bueno, ya sea Althusser, Foucault, Bourdieu, Zizek, Losurdo, Albiac, Benedicto XVI, Freund, etc.

c) Acaba desarrollando una labor intelectual, pedagógica y política basada, implícitamente o explícitamente, en denunciar lo sectario que es el entorno de Gustavo Bueno. Esto, sin dejar de ser cierto, no obsta para que el ex-buenista antibuenista siga siendo, a la contra del buenismo pero conservando sus formas, también sectario, dogmático en el peor sentido de la palabra, incoherente, pasional (capaz de desarrollar un rencor y un odio muy larvado hacia todo aquello que no piense como él o ella), prepotente, ególatra (aún en soledad, pues hay dos tipos de egolatría, la "positiva" que hace que uno se crea el mejor del Mundo, y la "negativa" o "depresiva" que hace que uno se crea el peor del Mundo; en ambas el "yo, yo, yo" es el discurso hegemónico), agresivo, violento, maleducado y chabacano.

Encontrar un equilibrio estoico antes los desmanes del buenismo sectario no es fácil, pero puede lograrse. Sin embargo, y sin negar que muchas de estas reacciones tienen que ver mucho también con la personalidad que se tenga (muchos llegan a Gustavo Bueno siendo ya sectarios, dogmáticos, violentos y egocéntricos), la verdad es que estos sujetos no acaban jamás de salir de lo peor del buenismo, sin quedarse con lo más interesante del legado de Gustavo Bueno: su metodología de análisis de la realidad desde unos postulados muy interesantes y que no merecen en absoluto ser tirados a la basura, por mucho que algunos de sus más apasionados pupilos ayuden a ello. Reivindicar la figura de Gustavo Bueno y su materialismo conlleva no solo denunciar a lo peor del buenismo, sino también a lo peor del antibuenismo, sobre todo si es ex-buenista, en tanto que ambos son caras del mismo tapiz, este último con un acentuado desarrollo de la, se llama, "fe del converso" (http://hombrerefranero.blogspot.com.es/2011/01/la-fe-del-converso.html).

Sobre por qué no me responde Carlos Jiménez Villarejo a mi artículo "Podemos y el 'derecho a decidir'"

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Gracias a mi amigo y compañero en muchas batallas, Antonio Francisco Ordoñez, líder del Partido Socialista del Trabajo, formación valiente donde las haya que reclama, casi en soledad, la españolidad de la clase obrera catalana frente al neofeudalismo separatista, he sabido que el ex-fiscal anti-corrupción, miembro de Podemos y europarlamentario Carlos Jiménez Villarejo ha opinado sobre mi artículo "Podemos y el 'derecho a decidir'", donde criticaba la ambigüedad y falta absoluta de concreción de esta formación política respecto a la cuestión nacional, al menos en apariencia. Pues a mi juicio, en verdad, Podemos se apoya en una determinada plataforma política para medrar, la nación política española, para desde ella anular la igualdad ante la Ley de todos los españoles convirtiendo en "casta" a los españoles censados en municipios catalanes para que solo ellos puedan decidir, quitándonos al resto ese derecho tratándonos como ciudadanos de segunda, sobre algo que concierne a todos los españoles, como es la Unidad de España. El artículo fue publicado aquí y también en las webs de Crónica Popular y de Izquierda Hispánica:


El artículo ha tenido su repercusión, eso es de agradecer por mi parte. Y la ha tenido porque ha llegado al mismísimo Villarejo (no creo que solo a él). Esto es lo que ha comentado al respecto:


Antonio-Francisco,las alusiones afectan a Podemos mas que a mi;y,por otra parte,nunca contestaré a mis 79 años, a quien,doctorado o no,trata a una formacion política de izquierdas que en tres meses desde su constitución-un record histórico- obtiene ese resultado electoral,frente a partidos de izquierda muy antiguos,como IU e ICV-  tambien partidarios,por cierto, de eso que llaman "derecho a decidir"- que ante una crisis de esta envergadura a duras penas mantienen sus resultados.Y llamarlos "casta"-me parece un insulto innecesario e injustificado.Parece que este joven no sabe lo que es una "casta".Desde luego,no pienso contestarle.Un abrazo.Carlos.
Quisiera comentar varias cosas al respecto de esta contestación:

1) Tengo un profundo respeto y admiración por Carlos Jiménez Villarejo, no solo por su lucha contra la corrupción delictiva, en tanto que desde Bruselas tratará de impulsar iniciativas que acaben con las "puertas giratorias", ya saben, de la Alta Política a la Alta Empresa y de la Alta Empresa a la Alta Política. En esa lucha estamos todos los españoles honrados juntos. También admiro su lucha contra otro tipo de corrupción, la "no delictiva", la que pervierte el lenguaje y llama "progresista" y "democrático" a que unos pocos decidan por todos en lo que respecta a la unidad de España. No comparto su federalismo simétrico, aunque entiendo los motivos por los que lo defiende, y federalistas simétricos y unitaristas y jacobinos estamos, frente al separatismo, en el mismo bando de lucha. 

Dicho todo esto, y entendiendo también sus críticas a ICV e IU y a su incapacidad en casi 30 años de Historia de superar un techo electoral que en pocos meses (aunque la trayectoria de Podemos viene de muy lejos, busquen información sobre Ludolfo Paramio) ha igualado el partido de Pablo Iglesias Turrión, no creo que sea conveniente rehusar contestarme, aunque está en su derecho por supuesto, aludiendo a la edad. Pues la edad, joven o adulta, no es ni excusa ni obstáculo para entablar un diálogo o una discusión sobre un determinado punto teórico y político. Y más en uno donde la debilidad argumentativa, la ambigüedad (que puede tirar al sol que más caliente) y la incoherencia (decirse de izquierdas al tiempo que se defiende la desigualdad ante la Ley de todos los españoles y privilegios por motivos de censo), muestra que Podemos, por muy "nuevo" que se presente, es más de lo mismo. 

¿En qué sentido? La cúpula dirigente de Podemos y algunos de sus militantes hablan de patriotismo español al tiempo que defienden procesos separatistas, hablan de igualdad y democracia al tiempo que defienden privilegios por censo y desigualdad ante la Ley de todos los españoles, hablan de defender lo público y sin embargo trocean el pilar fundamental sobre el que sustenta la defensa de lo que es de todos: la Patria, la unidad del territorio, la tierra española que es, y debe ser, de todos los españoles. Y es que, si se es verdaderamente demócrata radical y socialista (de izquierdas), ni un solo milímetro de tierra española ha de ser alienable de todos y cada uno de los españoles. Y nadie, llámese oligarqúia, llámese monarquía, llámese catalanes, vascos o madrileños, han de tener privilegios a la hora de repartir todos y cada uno de los milímetros de tierra de la Patria que ha de ser patrimonio común de todos los trabajadores y ciudadanos de España, también residentes inmigrantes. Si no se tiene eso claro, no se va a ninguna parte buena para estos trabajadores y ciudadanos.

El enamoramiento que, parece, tiene Jiménez Villarejo sobre Podemos debería ser más estoico, más prudente. Al igual que aquel que deberían tener los militantes de otros partidos españoles, por cierto. Y ningún proceso amoroso está exento de cierta reflexión prudencial, se tenga la edad que se tenga.

2) Los últimos movimientos de Podemos y algunas noticias que me llegan, motivados por la organización democratista y horizontalista del Partido (o proto-Partido), me están dando la razón por ahora. En Podemos hay tres vertientes muy diferenciadas y enfrentadas entre sí, aún unidas, a saber: la "casta dirigente" del Partido, esa que va a hacer todo lo posible por mantenerse arriba en el poder dirigiendo al resto al son que llevan pergeñando hace años desde diversos despachos de facultades y escuelas universitarias, esto es, una elite autoconcebida como "imprescindible"; Izquierda Anticapitalista, partido político escindido de Izquierda Unida, de tendencia troskista y partidario del separatismo, que trata de controlar Podemos en tanto su infraestructura política ha permitido en buena parte la organización de militancia y órganos de abajo arriba; los Círculos, bañados en democratismo, que reivindican precisamente "más democracia interna" frente a innecesarios controles según su parecer que acogotan lo que ellos entendieron como un proyecto demócrata radical.

La ley de hierro de la oligarquía de Robert Michels es inapelable, y al final acabará triunfando el politburó podemista. Si yo estuviese en Podemos le daría la razón a Juan Carlos Monedero y Pablo Iglesias en este sentido, pues una organización cien por cien asamblearia no es operativa en absoluto. Siempre será más efectivo el centralismo democrático: decisiones de abajo arriba y de arriba abajo, autocrítica constante, discusión y voto y cumplimiento de las órdenes de la dirección de manera efectiva. Ahora bien, no veo a Podemos con una organización democrática centralista, sino con algún término medio entre esto y el asamblearismo, al estilo de ERC. Sin embargo, y en esto le doy la razón a los Círculos, la actual dirección de Podemos tratará de perpretrarse en el poder a costa de una dirección meramente técnica de dichos círculos que acabarán haciendo de carteros de los profesores universitarios y de "machacas". Y también le doy, en parte, la razón a Izquierda Anticapitalista en tanto que han sido ellos, y solo ellos, los que han puesto a disposición de los profesores universitarios toda una red institucional de medios para poder articular un Partido cuyo éxito de momento es innegable. Es decir, sin los Círculos y sin Izquierda Anticapitalista, de nada habría servido poner la cara de Jesucristo en una papeleta electoral.

Sí se lo que es una casta. Se trata de una conformación antropológico-política de clase originaria de la India donde, precisamente, unos privilegiados por motivos diversos (poder político y económico, familiar -sanguíneo-, religioso, ideológico o de raza) se perpetúa en la parte alta de la pirámide social a costa del resto que siempre permanecerán abajo y "por su bien". Y eso es lo que pasa con los profesores universitarios que dirigen Podemos. Y no niego sus virtudes como teóricos y como estrategas políticos, pero hay que ser más prudente al elegir las palabras con que ataques al enemigo porque se pueden volver en tu contra, pues la prensa siempre sacará pasados familiares donde se verá que apenas se han tenido problemas vitales importantes a la hora de poder estudiar o tener una vida cómoda, algo que, por analogía, se ha dado y se da mucho en la nación de origen de las castas, la India.

Para finalizar, diré que lo que más lamento es que Carlos Jiménez Villarejo no vaya al fondo de la cuestión de mi argumentación quizás porque, desde mi modesto parecer, creo que es acertada: no se puede apoyar un político en una patria cuya existencia como tal le da igual, y menos en nombre de palabras que no flotan en el aire como democracia e igualdad, que sin patria unidad, sin trabajadores y ciudadanos unidos, no tendrían ningún fundamento.

Ante el Estado Islámico de Irak y Levante (EIIL)

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Estamos hablando del que, a día de hoy, es el grupo terrorista más rico del Mundo. Con un capital estimado de alrededor de 2.000 millones de dólares, conseguidos gracias al robo y venta de materiales de todo tipo en razzias muy violentas en el norte de Irak y Siria, y por el control del petróleo, esta "escisión" de Al-Qaeda mucho más violenta que su organización madre (normal y evidente que surjan de ella estos grupos en tanto Al-Qaeda siempre funcionó como una franquicia, ahora descabezada sin el liderazgo carismático y legal-racional de Bin Laden) podría calificarse análogamente como la Ustacha islamista, en tanto esta organización fascista ucraniana eran tan ultraviolenta que hasta los propios fascistas italianos y nacionalsocialistas alemanes sentían repugnancia y pavor ante sus acciones.
El terrorismo islamista a día de hoy podría definirse en torno a las siguientes características:

1) Es siempre de raíz sunnita. No existen grupos terroristas islamistas chiítas ni jariyitas (rama dominante en Omán), tampoco sufíes (no propiamente una rama del Islam, sino una "dimensión espiritual de retiro" de esta religión. El fundamentalismo islámico sunnita, sobre todo de corte wahabbita-salafista, es la raíz teórica del terrorismo islámico de Al-Qaeda, y también de este EIIL.

2) Ha operado tradicionalmente siempre de manera descentralizada en todo lo que es el territorio del Islam (Dar-Al-Islam), pero también en territorio infiel (Dar-Al-Harb). A través de Internet, panfletos, fanzines, el boca-oreja y la acción directa sobre determinadas poblaciones, ha conseguido extender su radio de acción desde el Sahel africano hasta Filipinas, pasando por Afganistán, Pakistán, Indonesia, Libia, Siria, Yemen, Argelia, Marruecos, Sudán del Norte, Somalia, Nigeria, pero también en India, China, Estados Unidos, Reino Unido, España, Rusia, Alemania, Argentina, Australia, etc. Ahora con el EIIL, la tradicional descentralización-franquicia podría cambiar si este grupo, como algunos alertan, pudiese hacerse con el control de dos Estados fronterizos sumidos en el caos: Irak y Siria.

3) Estados Unidos de Norteamérica ha sido el gran benefactor histórico, como imperio depredador, del islamismo sunnita. Ha protegido las grandes monarquías absolutas de la Península Arábiga. Ha fomentado grupos terroristas islamistas sunnitas contra enemigos geopolíticos allá donde se ha dado la oportunidad, saliéndose de madre estos a partir de la década de 1990. A día de hoy sigue fomentándolos porque sabe que el islamismo hace de cualquier sociedad política donde se hace dominante una sociedad inestable, fallida, en constante conflicto civil a nivel de dialéctica de clases (fitna) y también agresiva y problemática a nivel de dialéctica de Estados (yihad).

4) El acercamiento reciente de Estados Unidos a Irán es una forma de propósito de enmienda momentáneo respecto de su desastrosa invasión de Irak, es necesario para tratar de plantar cara a esta amenaza mundial. De hecho, los Estados que con mayor contundencia y efectividad han plantado cara al islamismo han sido Israel (en buena medida gracias al Mossad y al Ejército), China (cerrando mezquitas en Xinquiang), Rusia (que no ha dudado en utilizar su potencial militar en Chechenia), Siria (que, a pesar de todo, planta cara de manera certera a sus insurgentes islamistas) y, curiosamente para algunos, Irán (pues su gran némesis, Arabia Saudí, siempre ha tratado de potenciar la infiltración de grupos terroristas sunnitas en sus fronteras con la intención de debilitar su competencia geopolítica y georreligiosa, ya que no en vano el EIIL, al tratar de extenderse por el "Levante" de Oriente Próximo (la costa mediterránea donde tienen salida al mar Turquía, Siria, Líbano, la franja de Gaza, Israel y Egipto) atentaría a una amenaza chiíta para los intereses sunnitas, como es Hezbollah.

Ante el EIIL, que podría ser el grupo que capitalice de manera centrípeta al islamismo terrorista sunní, solo cabe una solución radical de lucha tanto ideológica como práctica (geopolítica, geoeconómica, geoestratégica). El islamismo en el siglo XXI es, hoy por hoy, un enemigo tan feroz como lo fue el nazifascismo en la década de 1930, con la salvedad de que todavía no controlan un Estado fuerte que ejerza la yihad de manera imperialista. Pero el EIIL es lo más cerca que está esta corriente política y religiosa de conseguir algo así, como analogía de sus idealizados califatos medievales.

Manolo Monereo: Restauración o Ruptura

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La dicotomía presentada por Manolo Monereo, politólogo y miembro tanto del Partido Comunista de España como de Izquierda Unida, uno de sus más excelsos miembros, podría resumir perfectamente lo presentado ayer miércoles día 25 en el Club de Amigos de la UNESCO en Madrid. Lo presentado fue su último libro, "Por Europa y contra el sistema euro" (El Viejo Topo), una conversación-entrevista con Enric Llopis prologada por Héctor Illueca, donde se tratan un montón de temas polémicos y de actualidad en la España de la crisis económica y la depauperización de las condiciones de vida.

Durante la mesa que presentó el libro los compañeros y amigos de Monereo que hablaron desgranaron temas que, aún en apariencia inconexos, se entretejían entre sí. Desde la defensa del Estado-nación (la nación política, que no es otra que España) como elemento fundamental para Javier Couso y Manolo Monereo de lucha frente a los embites imperialistas de la "europa alemana del euro" hasta la necesidad para Íñigo Errejón de recuperar la pasión y cierta "espiritualidad" en la estrategia y la acción política sin desconexión con la Razón, pasando por la teorización acerca de la acumulación por desposesión (David Harvey), la necesidad de lecturas de autores no relacionados con el marxismo (tanto anteriores como posteriores a él, Tania Sánchez señaló de manera especial a José Ortega y Gasset) o el planteamiento contínuo de la excepcionalidad histórica que los españoles vivimos en el momento presente.

Para el autor del libro no cabe duda alguna: la baraja europea podría romperse, más que por ningún otro país, por España. Y se trataría, si se nos permite, de una ruptura doble, a nivel de dialéctica de clases y de dialéctica de Estados. Respecto a la dialéctica de clases, en tanto que los (contra)poderes ascendentes desde abajo de la sociedad política han conseguido, a través del voto y la movilización, poner en solfa tanto a la institución monárquica como al Partido Socialista Obrero Español, la pata más débil actualmente de la mesa política que ha dirigido el Régimen de 1978. Para no repetir los errores del pasado durante la Transición, en esta Tercera Restauración Española (ver nuestro artículo: http://www.cronicapopular.es/2014/06/la-tercera-restauracion-espanola/) Monereo ve necesaria articular una ruptura democrática radical, socialista y conectada con el "empoderamiento" de las clases trabajadoras españolas, hacia un modelo republicano de Estado sin privilegios jurídico-administrativos de ningún tipo, precisamente para tratar de evitar que el "proceso constituyente" que las izquierdas (Izquierda Unida, Podemos, etc.) defienden "desde abajo" no se produzca "desde arriba", algo tradicional en España desde el siglo XVIII. 

Por su parte, respecto a la dialéctica de Estados, Monereo es partidario, como muchos, de la salida de España del "sistema euro" y de la Unión Europea. No obstante, es consciente de los problemas que ello provocaría a corto plazo en la economía nacional e incluso de las dificultades anteriores. Señaló que el origen del europeísmo en la década de 1920 siempre tuvieron un horizonte económico-político de corte liberal donde la bicefalia franco-alemana fuese siempre la dominante. Bicefalia que se volvió plenamente germánica en cuanto Hitler y el NSDAP llegó al poder en Alemania en 1933. Protegida y controlada por el Imperio Estadounidense, Alemania logró convertirse en un gigante económico exportador de mercancías al resto de "Europa", como pilar fundamental geopolítico frente al temido expansionismo comunista soviético. Tras el derrumbe del Imperio que empezó a forjar Lenin entre 1989 y 1991, la reunificación alemana fue el puntal sobre el que Mäastricht, la balcanización de Yugoslavia y la Unión Soviética, la apertura de la Unión Europea al Este, el acuerdo de Schengen, el Plan Bolonia y el Tratado de Lisboa (más tarde el TAFTA, grandísimo tratado de libre comercio que creará el área libre de limitaciones aduaneras más grande de la Historia entre la UE y Estados Unidos, frente a los BRICS), han sido pasos fundamentales para entender el monstruo germánico que domina una Unión Europea que, como acertadamente señaló Monereo, está unida al mismo tiempo que es débil frente al imperialismo estadounidense.

Por ello señaló dos caminos que en el libro desarrolla un poco más. En primer lugar, una vía no de ruptura total directa con el euro y la UE que evite posibles terremotos económico-políticos que algunos considerarían catastróficos para España. Ante el posible triunfo de Syriza en las próximas elecciones generales griegas, Monereo advirtió del posible bloqueo institucional y geopolítico que Grecia sufriría ante un giro anti-Troika y anti-deuda en la nación helena, quizás para poner otro Gobierno distinto en Atenas, consecuencia de algo tan simple como la debilidad de Grecia como Estado ante los grandes del Norte. Por ello, además de señalar la "estrategia Podemos" de no irse de la UE sino de que "nos echen", sugirió una vía consensuada con otras naciones europeas de regreso a un tipo monetario anterior tipo ECU, es decir, de moneda común europea para el comercio exterior mientras que se retorna a la moneda nacional (peseta en España) que permita el control devaluador nacional y cierto retorno a la soberanía económica. Si esto no ocurriese, quizás sí habrian de plantearse caminos de ruptura más radicales.

Por lo visto, mientras que la ruptura a nivel de dialéctica de clases se postula como más que imperiosa (aunque Monereo es absolutamente consciente de sus limitaciones), a nivel de dialéctica de Estados no se ve la cosa tan diáfana y cristalina. Monereo apuesta, no obstante, por postular otra Europa posible, confederal y "radical-democrática" mirando hacia Rusia y China (Eurasia). Alguien del público -un servidor- le señaló otro camino frente a la talasocracia (gobierno de los mares) anglosajón: la talasocracia iberoamericana de unión de España y Portugal con las naciones hermanas iberoamericanas, que mal que bien sí han iniciado un camino de unidad política y económica muy viable, aún siendo virtual en la actualidad. Monereo no renegó de esta posibilidad, aunque señaló sus dificultades principales: las políticas económicas en forma de acuerdos comerciales entre las naciones hispanoamericanas y las empresas españolas más potentes, que tienen en Iberoamérica sus montos de ganancia más importantes.

En todo caso, el debate que el libro abre está ya servido. Y por eso el debate entre Restauración y Ruptura es doble. A nivel de dialéctica de clases, o Tercera Restauración Monárquica o Ruptura Republicana. A nivel de dialéctica de Estados, o Restauración del orden anglogermánico internacional donde España es un mero peón, o Ruptura del mismo. El gran problema, que todos en la mesa vieron con claridada, es que los caminos de ruptura siguen estando empedrados y en su horizonte solo se divisa espesura. Aún así, ciertas grietas que el libro abre son siempre de agradecer.

Cien años de la Primera Guerra Mundial

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Ya hace cien años, un terrorista bosnio asesinó al archiduque del Imperio Austrohúngaro. Comenzó la Primera Guerra Mundial. 



Consecuencias a corto plazo: destrucción del Imperio Austrohúngaro, destrucción del Imperio Otomano, comienzo de descomposición del Imperio Británico, surgen los Estados Unidos de Norteamérica como Imperio Universal hegemónico hasta la actualidad, surge Japón como potencia mundial, comienzo de descomposición del Imperio Colonial Francés, descomposición del Imperio Ruso y Revolución Bolchevique con posterior composición de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y nacimiento del comunismo como ideología positiva, nacimiento del fascismo italiano y del nacionalsocialismo alemán, creación de la Sociedad de Naciones y comienzo de construcción teórica de una "Unión Europea" y de un Estado israelí, comienzo de la emancipación laboral de la mujer y del feminismo contemporáneo.


Consecuencias a medio plazo: Segunda Guerra Mundial, "Guerra Fría" entre Estados Unidos y la Unión Soviética, desarrollo impresionante de la Gran Industria internacional y de las ciencias.

Consecuencias a largo plazo: fin de la hegemonía de las potencias europeas en el Mundo, comienzo del uso de los "Derechos Humanos" como coartada ideológica del Imperialismo Depredador hasta la actualidad, auge del islamismo como ideología política.


¿Quién dijo que cien años no dan para mucho?




Un nuevo secretario general del PCM. Consideraciones sobre un Congreso

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Ya terminó el IX Congreso del Partido Comunista de Madrid, sección regional madrileña (federación) del Partido Comunista de España. Y terminó con una nueva dirección. 65 compañeros han sido elegidos para su Comité Central, de los cuales su Secretario General será Álvaro Aguilera, profesor de Literatura, guionista de cine y concejal y portavoz de IU en el Ayuntamiento de Brunete. Su candidatura ha vencido por 110 votos sobre los 95 de la segunda más votada, continuadora de la Dirección anterior.


Aguilera representa una línea política dentro delPCM que lleva muchos años intentando ganar Congresos sin conseguirlo, hasta ahora. Cuando la coyuntura política en España es favorable a una línea dentro del comunismo alineada con el populismo de corte izquierdista latinoamericano (Podemos), palabras como “ilusión” -que se ha convertido en leit motiv electoral y político-, “audacia” -tomada de Maquiavelo con la intención de aplicarla a cualquier movimiento encaminado a tratar de “representar” al “pueblo”-, “empoderamiento” -un anglicismo que sustituye a la complicada, por tener tres palabras, “toma del poder” de las clases trabajadoras- o “proceso constituyente” -eufemismo que trata de eludir la palabra “revolución”, para hacerla más presentable al tiempo que se quita cualquier connotación violenta a la misma-, son las que representan mejor que nadie a la candidatura ganadora.
Una candidatura que ha hecho de este lenguaje un acierto, junto con la denuncia de ciertas actitudes que han considerado equivocadas en la dirección del PCM-PCE durante los últimos años a pesar de tener más de un millón y quinientos mil votos, impensable en Izquierda Unida hace solo cinco años. Una candidatura ahora en el poder que, no obstante, puede coger lo mejor de lo logrado hasta ahora para, al mismo tiempo, dirigir la federación a sectores políticos donde la dialéctica de clases, en sentido más pluralista, se da más allá de la tradicional institucionalidad obrera de los partidos y los sindicatos (movimientos sociales, grupos de presión, grupos intelectuales, etc.).
Puede que Aguilera sea un magnífico secretario general del PCM, y puede que los suyos hagan del PCM un referente político de mucho peso, junto con la federación de Izquierda Unida en Madrid, cosa que todos, también los perdedores de las tres otras candidaturas, desean. Es incluso deseable que así sea, porque una buena dirección política puede solventar los evidentes problemas logísticos e ideológicos que la federación tiene desde hace tiempo. Problemas extensibles al resto del Partido Comunista de España.
El día de las enmiendas fue un ejemplo de esto último. ¿De qué sirve poder hacer enmiendas si luego solo pueden ser aceptadas aquellas que no contradigan no solo a la dirección de la federación madrileña del PCE, sino a lo acordado por el Congreso del PCE a nivel nacional? Y, lo que es más preocupante, como evidenció la actividad frenética del camarada Santiago Gómez Crespo, de los pocos que se leyó entero tanto el Documento Político como el de Organización, así como los Estatutos del IX Congreso del PCM y las enmiendas, algo que muestra lo gran militante que es: ¿De qué sirve todo lo dicho anteriormente cuando el último día de Congreso es elegida una nueva dirección con nuevos aires de corte juvenil-populista tan de moda hoy día -como si lo hecho por generaciones anteriores tuviese, por el mero hecho de ser generaciones anteriores, que ser tirado a la basura- si el problema del Partido Comunista de España en particular y de Izquierda Unida en general es de base, es decir, está en sus fundamentos tanto organizativos como teóricos?
Algunos aspectos que habría que cambiar
Como dice el dicho, un Estado con malas leyes puede ser bien gobernado por un buen gobernante. Haciendo analogía del Estado, con un Partido político, o con una sección de él, esperamos todos que Aguilera dé la talla. Ahora bien, hay ciertos aspectos que, a mi juicio, habría que considerar cambiar de manera radical, como serían:
1) El hecho de que hasta 65 personas constituyan el Comité Central del Partido Comunista de Madrid, un exceso supuestamente basado en la “representatividad” del 5% de la militancia en la región. Pero que resulta, por la cantidad, demasiado grande.
2) El hecho de que Aguilera haya encabezado una candidatura que, aunque honestamente encaminada a “salvar al PCM“, haya tenido que hacerlo con un discurso que parezca más pensado a nivel nacional español que regional, diciendo obviedades pero sin propuestas concretas de verdadera refundación del Partido Comunista. Pues las cuatro candidaturas querían “salvar al PCM“, cada una a su manera, y ha vencido la que mejor ha vendido esa “salvación” de una federación clave para el devenir a corto plazo del PCE-IU a nivel nacional habida cuenta de los resultados de las pasadas Elecciones Europeas.
3) El hecho de que un Congreso de una federación regional pareciese, con las características cañís de rigor, un Congreso Nacional del Partido Republicano o del Partido Demócrata de Estados Unidos. ¿Tiene algún sentido que se celebren Congresos de federaciones del PCE en un país de 47 millones de habitantes y con una extensión territorial menor que Francia como es España? ¿Acaso son necesarias tantas federaciones más allá de la necesaria organización administrativa y gestora centralizada de un Partido que viene de una tradición del centralismo democrático? ¿Por qué organizar un Partido Comunista así, como si España fuesen los Estados Unidos de Norteamérica? Las diatribas del día de las enmiendas muestran lo caótico de esta forma de organización, que debilita sobremanera al PCE y a Izquierda Unida.
4) La pobreza teórica, que tanto los Documentos como los Estatutos y algunas enmiendas prueban. La ausencia de análisis materialista o marxista de lo realmente existente, y su sustitución por meros análisis de corte izquierdista progresista casi socialdemócrata se erigen en dominantes en un Partido con un déficit teórico y práctico considerable. ¿Sería capaz Aguilera de solventar este problema cuando está sujeto a una dirección nacional que adolece de los mismos defectos?
Capacidad analítica y teórica
Esta nula capacidad analítica, teórica y con capacidad de conectar la teoría con la vida política es lo que, bajo mi punto de vista, ha llevado al PCE-IU durante décadas a oscilar entre lo dominante y lo potencialmente dominante en el espectro ideológico de izquierdas en España y a no poder ser el PCE-IU la verdadera vanguardia de ese espectro. Pues cuando el PSOE era inmensamente grande, desde la Transición hasta finales de la década pasada, el PCE-IU se acercó demasiado a la socialdemocracia desmarxistizada de orientación liberal. Y ahora que Podemos, a pesar de tener 300.000 votos menos que el PCE-IU, parece que va a ser el partido hegemónico de ese espectro si el PSOE no renace cual Ave Fénix (algo no descartable), parece ser que el PCE-IU se orienta más al populismo podemista. La explicación de estos vaivenes se centra, estimo, en la evidencia de la nulidad teórica a nivel filosófico, politológico, económico, táctico y estratégico de muchos cuadros del Partido. Algo que, no obstante, siempre podría solventarse si hay ganas de hacerlo.
Hay, sin embargo, vocación de cambio en toda la militancia del PCM, y por extensión de todo el PCE. De cómo se produzca ese cambio dependerá el futuro de un Partido que no debería pensar en si va a desaparecer o no. Si no en algo que, desde hace años, incluso en los mejores años de Julio Anguita, parecía impensable, a saber: ganar el poder en España, convertirse en referente de la política nacional y del comunismo internacional y hacer de España una nación vanguardia de las luchas por la justicia social (socialismo) a nivel universal. Si el PCE no lo hace, quizás otros podrían hacerlo, pero jamás podrían hacerlo como el PCE lo haría. Pues el comunismo, y solo él, ha sido la ideología y el movimiento político que, de verdad, ha puesto en solfa la hegemonía capitalista a escala universal. Y hasta no hace mucho.
¿Puede la socialdemocracia o el populismo presumir de lo mismo, cuando tanto una como otro son ideologías y movimientos que han bebido y se han beneficiado tanto de los éxitos como de las derrotas del comunismo? El inmenso torbellino rojo del siglo XX podría tener su analogía en el XXI. Pero eso solo podría ocurrir si el comunismo se toma en serio a sí mismo y empieza, tanto en Madrid como en España para empezar, a armarse a todos los niveles para luchar, hasta la victoria (siempre), ante, frente y contra sus adversarios y enemigos y sus críticos, sean estos de “derechas” o de “izquierdas”.

Nº 8 de La Balsa de Piedra, revista de teoría y geoestrategia iberoamericana y mediterránea, ya disponible

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Ya está disponible el núevo número, el 8, de La Balsa de Piedra, revista de teoría y geoestrategia iberoamericana y mediterránea, editada por el Euro-Mediterranean University Institute (EMUI), adscrito a la Universidad Complutense de Madrid (UCM). ISSN: 2255-047X. Aquí pueden consultar el índice:





¡Plazo de presentación de comunicaciones: 1 de septiembre de 2014!


1. Juana Laura Clavijo Clavijo & Juan Paz Miño Cepeda.


Resumen: La Balsa de Piedra tiene el honor de entrevistar al Dr. Juan Paz y Miño Cepeda, Vicepresidente de la Asociación de Historiadores Latinoamericano y del Caribe, Miembro de Número de la vinculado a su vez con la Academia Nacional de Historia y profesor de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador.

Palabras clave: Ecuador, Venezuela, Colombia, ALBA, Chile, Latinoamérica.


2. Paloma González del Miño.


Resumen: El objeto central de este artículo es analizar el papel de las redes sociales en las revueltas de Egipto iniciadas el 25 de enero de 2011, es decir, cómo internet y las nuevas Tecnologías  de la Información y la Comunicación (TIC) están diversificando los canales utilizados por los ciudadanos para acceder a un espacio de debate público, contribuyendo a canalizar una forma diferente de activismo político y de expresión. La irrupción de estos medios digitales está generando un nuevo ecosistema informativo, más abierto, plural y participativo en los países del Magreb y Oriente Medio. Independientemente de la relación causal, el impacto de las redes sociales como agentes activos en la llamada “primavera árabe” es positivo y cuantificable. Sin embargo, es preciso analizar cuanto o cómo afectan estos nuevos medios a la estructura política.

Palabras clave: Redes sociales, activismo político, medios de comunicación, primavera árabe, Egipto.


3. Miguel Candelas Candelas.


Resumen: Desde la derrota republicana en la Guerra civil, el discurso patriótico en España ha sido hegemonizado por la derecha al apropiarse exclusivamente de los símbolos nacionales, incluyendo la cuestión de la soberanía española sobre Gibraltar. Por ello, la izquierda tiene enormes dificultades para hilvanar un relato de país con el que disputar los conceptos nacionales. Además, buceando en la historia descubrimos como el supuesto patriotismo conservador respecto a Gibraltar ha sido más atlantista que nacionalista, pero logra sus frutos propagandísticos debido a los complejos postmodernos de la izquierda.
Palabras clave: Gibraltar, hegemonía, propaganda, derecha, izquierda.


4. Eduardo Alvarado Espina.


Resumen: Desde la firma del Tratado de Maastricht –origen efectivo de la Unión Europea– muchas organizaciones de la sociedad civil vienen cuestionando la supremacía de ciertas políticas económicas de las instituciones europeas, ya que estarían motivadas por los espurios intereses de las fuerzas invisibles que controlan los globalizados mercados financieros. Estas políticas han ido creando fisuras espaciales que dibujan un desigual modelo político-económico a tres escalas, desde las grandes metrópolis –o centros económicos– hacia la periferia meridional. El presente artículo intenta abordar esta realidad a través del enfoque del sistema-mundo, para así conseguir explicar tanto la intencionalidad como las dinámicas que están concibiendo una institucionalidad europea marcadamente neoliberal. La que se emplaza en un espacio geográfico que destruye la cohesión social –el bienestar que identificaba al imaginario colectivo de lo europeo– para sustituirla por una desigual austeridad a tres escalas geopolíticas.

Palabras clave: Unión Europea, neoliberal, centro-periferia, globalización, desigualdad.


5. José Andrés Fernández Leost.


Resumen: El historiador de las ideas británico de origen letón, Isaiah Berlin, ofreció una aproximación clara y accesible al movimiento romántico en una serie de charlas -las conferencias A. W. Mellon- que impartió en 1965, recogidas posteriormente por su editor Henry Hardy en el volumen Las raíces del romanticismo (1999). La tesis de Berlin consiste en que desde el punto de vista filosófico el romanticismo supuso la mayor transformación de la mentalidad occidental moderna. Algunos de los principios del romanticismo concuerdan con el carácter de su propio pensamiento, fundamentado en un pluralismo epistemológico que rechaza la conmensurabilidad axiológica (ya se trate de valores morales, ya estéticos) así como la creencia en un conocimiento humano definitivo. Esta postura, que no hace de Berlin un relativista, le convierte en un autor especialmente adecuado para estudiar el fenómeno. Debe advertirse que la exposición que Berlin realiza en esta obra no responde a la pormenorizada requisitoria de un estudio académico, sino que se ajusta a la naturaleza oral a la que estaba destinada. No por ello el análisis pierde rigor, y se centra sucesivamente en el contexto socio-histórico en el que surgió el movimiento, los factores que lo determinaron, los filósofos que lo apuntalaron y la enorme influencia que tuvo ulteriormente.

Palabras clave: Isaiah Berlin, romanticismo, pensamiento occidental, idealismo alemán.


6. Rolando Astarita.


Resumen: En la izquierda está muy generalizada la idea de que la mayoría de los países de América Latina, a excepción de Cuba, y tal vez Venezuela, mantiene una relación de tipo semicolonial, o neocolonial, con las grandes potencias, EEUU en primer lugar. Y que por este motivo, es necesario luchar por realizar la tarea histórica de la liberación nacional, o “la segunda independencia”. En contraposición a esta postura, desde hace años sostengo que países como Argentina, México o Chile, no son semicolonias, y que no está planteada, como demanda pendiente, la liberación nacional. Esta postura conecta con la distinción de Lenin entre países dependientes, por un lado, y países coloniales y semicoloniales; y su noción del contenido de la liberación nacional. En términos generales, podemos decir que se trata de un enfoque muy minoritario en la izquierda, aunque ya ha sido avanzado por diferentes marxistas. Entre ellos, por Dabat y Lorenzano (1984); por mi parte, he desarrollado estas ideas en Economía política de la dependencia y el subdesarrollo (UNQ, 2010), y en los años 1990, en la revista Debate Marxista.

Palabras clave: Lenin, comunismo, autodeterminación, colonialismo, nacionalismo.

En defensa del Estado

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Reseña del libro de Manolo Monereo y Enric Llópis, con prólogo de Héctor Illueca, "Por Europa y contra el sistema euro" (El Viejo Topo, Madrid 2014). Publicada en Cuarto Poder:




Manolo MonereoEnric Llopis y Héctor Illueca en el prólogo han escrito un libro,Por Europa y contra el sistema euro (El viejo topo, 2014), puramente Político. Político con mayúsculas, más allá del mero análisis político, de la mera teoría política y de la filosofía política. Es un libro Político en tanto en él se entretejen multitud de conceptos e ideas en un discurso que, desde el prólogo de Illueca hasta la entrevista de Llopis a Monereo (donde preguntas y respuestas se entretejen de manera fundamental, esto es, con fundamento), pasando por el texto central del libro, La Unión Europea contra Europa del propio Monereo, ofrece un mapa, más que una hoja de ruta, donde se presenta el mundo tal y como es, con sus accidentes geográficos actualizados, que ha de servir para transitar en un viaje político, como Platón hacia Siracusa, y con vistas a cartografiar más tierras todavía por descubrir. Este Por Europa se trata de un mapa político, cultural e histórico del mundo, de Europa y de España, que si bien podría ser considerado por algunos como “un mapa más”, tiene la virtud de haber sido elaborado de manera dialéctica en el sentido hegeliano de la palabra, y ya desde los versos de Antonio Machado presentados al inicio:
Hay que tener los ojos muy abiertos para ver las cosas como son; (Tesis)
aún más abiertos para verlas otras de lo que son; (Antítesis)
más abiertos todavía para verlas mejores de lo que son. (Síntesis).”
Machado, a través de ese mapamundi que es la poesía, introduce el núcleo, el cuerpo y el curso de un libro que abre caminos más que interesantes de cara al futuro, pues el trayecto a Siracusa que Monereo trata de ofrecer las cosas como son, a saber: hay una nueva situación política derivada en buena medida de las dialécticas políticas del siglo XX que sitúan a España en particular, y a los PIIGS europeos en general (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y la mentada patria nuestra) en una situación de periferia, e incluso de servidumbre neocolonial respecto de una gran potencia económica y política, y en crecimiento militar de nuevo (con 5000 efectivos en Afganistán) como es Alemania. Esta situación centro-periferia según Moreneo no deja de estar relacionada con ciertas líneas históricas y políticas que cruzan nuestro presente, y que tienen que ver con la radicalización del liberalismo económico y político producido en el siglo XX a partir de las obras de Milton Friedman y Friedrich August von Hayek, donde la separación entre lo económico y lo político, tomado lo primero como la “sociedad civil”, lo bueno, y lo segundo como el “Estado”, lo malo, es necesario para asegurar la “libertad humana” (separación que no es nueva en absoluto, pues viene ya de la obra de San Agustín La ciudad de Dios, viendo que el mercado es el lugar de veridicción que diría Foucault donde los hombres son libres frente a la perversa ciudad terrenal, el Estado). “¿Libertad para qué?” que preguntaríaLenin; para producir, distribuir, intercambiar, cambiar y consumir mercancías, bienes y servicios de toda clase, e incluso avasallar en sentido imperialista, desde esas ramas de las relaciones de producción, cualquier otra cosa que en nuestro mundo-entorno podamos encontrar. “Todo lo sagrado es profanado”, que dirían Marx y Engels en el Manifiesto Comunista respecto a la revolución permanente de la burguesía y “su” capitalismo. Todo ello conlleva la mercantilización del alma humana misma, haciendo que todos seamos, además de consumidores satisfechos en nuestras democracias de mercado pletórico, individuos flotantes en un océano donde el agua parece una piscina de bolas (mercancías).

Monereo advierte que hay mucho más de lo que se ve a primera vista en la situación actual. España, y el resto de “países del Sur de Europa”, puede verse obligada irreversiblemente en el futuro inmediato, a ahondar aún más, con la complacencia de nuestra “casta”, nuestra oligarquía dirigente cuyos tres ejes geográficos son Bilbao, Barcelona y Madrid, en esta situación hacia un subdesarrollo que se trató de abandonar abrazando un “Estado de bienestar” mínimo iluminado hasta la ceguera, como la de un astronauta que se acercase demasiado al Sol, por la idea de “Europa”. La “Europa” sublime, que Ortega y Gasset y otros contemporáneos vendieron al pueblo español (“España es el problema, Europa la solución”), con indudable éxito, se ha convertido, como acertadamente señala Monereo, en uno de los principales problemas de España. La Europa del euro, la del capitalismo democrático avanzado, la que trata de ser sin conseguirlo nunca como la del corazón de la misma (Alemania, Francia, el “Benelux”, Suiza, Austria y el norte de Italia, y en parte los países escandinavos y -a su manera- Inglaterra), ha sido la imagen de prosperidad que, como bálsamo de fierabrás, ha sido utilizada para purgar nuestros pecados pasados de atraso, dictadura militar derechista y catolicismo nacional con los que no hemos podido dormir varias generaciones desde 1939. Pero ¿es esta Europa la solución a todos los males, o ha sido no más que una nueva justificación ideológica para imponer, esta vez sin trincheras y sin blitzrkieg, la hegemonía del imperialismo depredador alemán desde Lisboa a Vladivostok, y con la complacencia de Estados Unidos de Norteamérica, el verdadero unificador de “Europa” y quien permite ese “Vichy global” que Alemania impone y Monereo describe?

El libro permite, y ese es uno de sus grandes méritos, ver las cosas mejor de lo que ya son. No solo por la basura que revela, sino por las propuestas de transformación del basurero europeo y europeísta. La “Unión Europea” del euro se creó en plena Guerra Fría para contener el avance comunista soviético a la Europa occidental, bajo la protección del Imperio Estadounidense, que al mismo tiempo que somete a Alemania y la llena de bases militares la permite hacer y deshacer casi a su antojo las fronteras de las naciones europeas y la disposición de la propiedad económico-política sobre sus territorios. Y ha sido el último intento, por ahora, de unificar un continente que jamás ha estado unido. “Europa”, concepto geográfico que ha tratado de ser politizado en varias ocasiones sin éxito, podría ser entendido como una biocenosis, esto es, un conjunto de organismos de diversas especies (Estados con sus respectivas clases sociales), que coexisten en un espacio determinado llamado biotopo (Europa geográfica), donde todos ellos tratan de sobrevivir compitiendo entre sí y devorándose los unos a los otros. Eso ha sido siempre Europa, siendo las únicas ocasiones históricas en que su idea ha servido de manera unitaria para imponer la “pax” del Tercer Reich en expansión entre 1939 y 1942 (hasta su derrota en Stalingrado, Kursk y, también, Normandía) y la actual Unión Europea del euro y la Troika, germánica y protegida por el amigo americano. La Europa del euro es, aún liberal y democrática, tan hija del nacionalsocialismo como la España democrática de la Transición lo es de la España franquista. Esa es la triste realidad.

Pero, ¿qué hacer? Monereo, como buen comunista y buen analista político, propone alternativas y a varios niveles. Respecto a España, romper con el régimen de 1978, impedir si es posible la Tercera Restauración borbónica española (la primera fue en 1874, la segunda en 1975, la tercera sería -en cierto sentido- este 2014), recuperar y defender el Estado como freno a la barbarie neoliberal volviendo a unir indisolublemente poder político descendente y poder popular civil ascendente y volviendo a unir economía y política, recuperar la idea de Patria española común (no es otra cosa que puro leninismo: “haced de la causa de la nación la causa del pueblo, y la causa del pueblo será la causa de la nación”), la idea de República y recuperar una “democracia secuestrada” por poderes políticos vendepatrias y rompepatrias, buscando un imaginario político, pragmático y espiritual nacional-popular en el que España pueda ser vanguardia política de un Sur de Europa postrado de manera casi irreversible. O Restauración o Ruptura. Estado o barbarie. Economía Política o ordoliberalismo (anarco-capitalismo incluso). Se trata de alternativas a “vida” o “muerte”.

¿Y después? Monereo apuesta por una gran confederación euroasiática frente al imperialismo depredador estadounidense. Pues España sola, ni siquiera con los PIIGS, podría funcionar (geo)políticamente. Pero el euroescepticismo en el seno del corazón de Europa francoalemán parece avanzar hacia el “tercerposicionismo” neofascista, competidor del populismo de izquierdas y del democratismo radical que Monereo defiende, que tiene en Marine Le Pen su cabeza más visible, apunta también a acabar con la “Europa del euro” y hacer otra Europa posible, pero bajo égida rusa, esto es: conservadora, neofascista, identitaria-étnica y racista. ¿Qué podría hacer una España nacional-popular ante esa masiva alternativa que ya enseña sus fauces? Quien esta revisión realiza propone que, si América Latina ha enseñado el camino a nuestras fuerzas políticas de izquierdas el camino para luchar y crear poder popular, quizás la mejor forma de devolver esas enseñanzas sea caminar políticamente con ellos de manera aún más cercana. Y quizás la mejor manera de ayudar al resto de trabajadores europeos que sufren la tiranía neoliberal, sea sellar una indisoluble Alianza Socialista Iberoamericana frente a un mundo anglogermánico democrático en lo formal y tiránico en lo material. Esta idea, aunque parezca contraria a la propuesta de Monereo, deriva de sus enseñanzas y escritos. Y de ahí la síntesis que, ya Machado, propone en su tercer verso, pues toda gran obra permite, siempre, ver las cosas mejores de lo que son.

El PSOE, los tres candidatos y lo menos malo para España

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¿Cuál de los tres candidatos a la Secretaría General del PSOE es, no el mejor para el PSOE, sino el menos malo para España? Aquel que defienda la soberanía nacional y la igualdad ante la Ley con mayor coherencia y solvencia argumentativa. Veamos:


1) Pedro Sánchez afirma que hay que ceñirse a la Constitución de 1978 para realizar un referéndum que no solo sea votado en Cataluña, sino en toda España sobre la unidad de la nación española.

2) Eduardo Madina defiende reformas federalistas haciendo que el Senado sea una Cámara de representación territorial, eso sí, votadas esas reformas por todos los españoles y con la Constitución de 1978 en la mano.

3) José Antonio Pérez Tapias defiende que España sea también un "Estado federal" pero entendido al "hispánico modo", esto es, la austro-hungarización del Reino de España, convirtiéndolo en "plurinacional" (étnico) por Ley, como si fuésemos Bolivia, y que se haga, primero, un referéndum consultivo solo en Cataluña para, después, con la Constitución de 1978 en la mano, se haga un referéndum en toda España, al tiempo que va por el mismo camino que Madina en la reforma del Senado. Ese doble referendum, consultivo y luego legal, más que resolver, enreda aún más porque enfrenta dos legitimidades que, de cara al corto y medio plazo, se profundizarían aún más.

Conclusiones:

a) Pablo Iglesias Turrión tiene razón cuando afirma que el terrorismo de ETA tiene causas políticas. Ahora habría que discutir cuáles son esas causas, porque quizás ahí no coincidamos. Pero lo que demuestran sus palabras, a tenor de la ignorancia política y la imprudencia de derechas e izquierdas españolas, es que estas toman como problema al terrorismo en sí, cuando este no es el problema, sino un síntoma de un problema mayor, que es el separatismo y la reversión de la constitución de España como nación política iniciado a finales del siglo XIX y profundizado desde los últimos años del franquismo hasta hoy.

b) El que más defiende esa soberanía nacional es Pedro Sánchez. Pero él y los otros dos defienden, con la Constitución de 1978 en la mano, direcciones opuestas aunque interconectadas. Ergo el otro gran problema de España es la Constitución de 1978.

Pero como la realidad es la que es, no cabe la evasión de esa misma realidad. Y de ahí que amplios sectores de la socialdemocracia felipista, que es la única con sentido de Estado, y de la "derecha", prefieran a Sánchez antes que a Madina o a Tapias, que es el candidato preferido por la socialdemocracia zapaterista y adláteres en Podemos o Izquierda Unida. Pero que de esto se deduzca que, si Sánchez es el candidato preferido de "la derecha" haya que votar a Tapias o a Madina, no lleva sino a comprobar, una vez más, que muchos anteponen los complejos ideológicos izquierdistas como "enfermedad infantil" antes que el sentido de Estado y de clase incluso. Cuando ideas de derecha como la jibarización de una nación, España, son asumidas y aplaudidas por izquierdistas en un gran número, no cabe otra que desear que gane lo menos malo ante lo más malo, que es la continuidad del zapaterismo, como Pensamiento Alicia, en la dirección del segundo gran Partido del régimen de 1978.

Claro que una cosa es lo más conveniente y otra bien distinta es lo que los capacitados para decidir decidan lo peor.

Sobre el Manifiesto de los Libres e Iguales

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Se trata de el enésimo escrito con "abajofirmantes" que en España ha sido pero con una clara orientación nacional política, esto es, de defensa de la nación política de ciudadanos libres e iguales en derechos y deberes, la forma de sociedad política nacida de la Revolución Francesa (hace dos días celebrada onomásticamente) y consagrada en España, a pesar de sus avatares decimonónicos, gracias a la Constitución de Cádiz de 1812 en una versión de la nación política no jacobina, sino liberal. El espectro ideológico de los abajofirmantes va desde el liberalismo conservador (Herman Tertsch) hasta la socialdemocracia (Joaquín Leguina) pasando por antiguos comunistas reconvertidos a no se sabe bien qué forma de izquierdismo (José María Fidalgo, José Luis Garci) y, también, algunos representantes de ese liberalismo canalla que, de tanto juntarse con neocon, acaban siendo indistinguibles de este salvo que se introduzca uno en sus escritos más "libertarianos" o, incluso, hedonístico-progres (Fernando Sánchez Dragó, Federido Jiménez Losantos), además de habituales de estos escritos (Fernando Savater, Mario Vargas Llosa). Digamos que es un manifiesto formalmente correcto de defensa del modelo de nación política española adscrito a la Constitución de 1978, pero con grandes taras que lo hacen, en la práctica, indefendible para los que defendemos la nación política española de manera frontalmente contraria a la óptica heredada de la Transición. ¿Por qué?


Por estos motivos:

a) Se sigue cayendo en el posibilismo de defender precisamente una Constitución política, la de 1978, que es la que administrativamente más alas ha dado jamás en nuestra Historia nacional al neofeudalismo político, al separatismo y al secesionismo, esto es, a la ruptura de la soberanía nacional y de la igualdad ante la Ley de los ciudadanos españoles, esos que dice defender este Manifiesto. Esto a nivel interno. A nivel externo, y por mor de la reforma apresorada de PP y PSOE del artículo 135, es la Constitución que más ha vendido la soberanía nacional española a poderes políticos foráneos, concretamente la Unión Europea a la que, por desgracia, seguimos perteneciendo.

b) Se sigue cerrando el paso a los que defienden la unidad de España desde posiciones contrarias, críticas o revisionistas de la Transición. Posiciones que serán, sin duda, tildadas por los abajofirmantes de "fascistas", "fachas", "neofranquistas", etc. Y de ahí que se apele a partidos como PP, PSOE (cómplices, culpables y responsables de la venta de la soberanía nacional dentro y fuera de España) como Ciudadanos, VOX o UPyD (cómplices, en parte, de la venta de la soberanía nacional española a la Unión Europea). Jamás apelarán a patriotas españoles sinceros que puedan militar en formaciones como Podemos o Izquierda Unida, no ya por el enorme grado de responsabilidad hispanófoba de ambas formaciones, sino también porque estas formaciones son críticas precisamente con el régimen de 1978 que el Manifiesto defiende.

c) Ligado con lo anterior, y aún apelando a la participación ciudadana en la defensa de la nación política española, esta defensa también "intelectual" (palabra que aborrezco por su elitismo, ya que intelectuales somos todos porque todos tenemos intelecto, aunque esto da para otra entrada en mi web) se ceñirá absolútamente a la defensa de la Constitución de 1978. Es decir, que todo argumento histórico y teórico-político tendrá que pasar inevitablemente por el filtro de abogados y juristas que, junto con los registradores de la propiedad y muchos funcionarios, conforman el corpus de administración de clase de la propiedad privada, privativa y pública del territorio español. Esto conlleva que será imposible una defensa patriótica de España desde presupuestos no liberales o incluso antiliberales que, además de denunciar el separatismo rompepatrias, denuncie también el liberalismo vendepatrias a empresas extranjeras y a terceros Estados.

En definitiva, un escrito constitucionalista más. No obstante, si lo quieren firmar y suscribir, porque "la unión hace la fuerza", y "mejor esto que nada", aquí lo tienen:

¿Qué es la Patria?

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Publicado en Crónica Popular:


Este fin de semana he tenido la oportunidad única de disfrutar de la compañía de muy buenos amigos y camaradas en Fuente Obejuna, pueblo de Córdoba, España. Uno de mis mejores amigos, español, se casaba con una de mis mejores amigas, chilena. Dicen que yo les presenté, aunque confieso no recordar el momento exacto en que esto ocurrió. Ha sido fantástico visitar este pueblo de tan combativa e ilustre Historia que Félix Lope de Vega inmortalizó en prosa escrita, en una de las mejores loas a la rebelión (contra la tiranía local) y a la justicia (del rey Fernando) jamás expresadas en el Teatro en lengua española. También pude disfrutar, y aprender, de la compañía de buenos familiares y amigos, de sus experiencias vitales y de su sabiduría mundana, de la cual tanto debe y puede beber y aprender la filosofía académica, así como los políticos. Esta maravillosa experiencia personal, más el viaje en autocar que realicé para volver a Madrid, me llevó a pensar las siguientes reflexiones que quería compartir con mis lectores hoy a la mañana.


- La gente que constituye el cuerpo vivo de una nación es el pueblo. Un pueblo entretejido con su Historia nacional a través de muchos elementos. Desde las líneas históricas más determinantes estudiadas por la Historiografía hasta las más comunes líneas antropológico-culturales, la(s) identidad(es) comunitarias de una nación son salvaguardadas, mejoradas, continuadas y cuidadas y queridas por un pueblo. Desde celebrar una boda en una Iglesia del siglo XV como es la de Fuente Obejuna, fundada por los Reyes Católicos, hasta sentirse como en casa disfrutando de buenas conversaciones y un trato fantástico en el patio de una típica casa andaluza, pasando por el trabajo diario que permite mantener todo lo que nos rodea y configura nuestra identidad, el pueblo español sabe cómo gestionar el día a día a través de detalles y actos cotidianos que no son independientes del peso de los siglos que los han moldeado. El pueblo es el gestor colectivo de toda Historia nacional. Un pueblo dividido en clases sociales, sin duda, en dialéctica constante entre sí, que entra en contacto con otros pueblos, con otras clases sociales, a través de la dialéctica de Estados. Algo que también pude comprobar en la boda. Los invitados chilenos a la misma, algunos venidos de Holanda, se sintieron también como si estuviesen con sus propias familias. No en vano, nos une muchísimo más que el idioma, vaso comunicante de una comunidad transnacional y universal de la que me siento orgulloso de pertenecer.

- La gestión popular de la nación, de la Historia, se realiza a través del trabajo. Trabajo organizado racionalmente e institucionalizado a muchos niveles. Mi viaje de vuelta en autocar me permitió, también gracias a la claridad del día, deleitarme con los paisajes de grandes y vastos campos de cultivo, olivares, trigales, pero también pueblos bien mantenidos, castillos e iglesias medievales de imponente aspecto (donde se ve la gestión del pasado realizada por el trabajo popular como poder ejercido de producción del Mundo que gestiona la producción de nuestros ancestros), y de productos propios de las sucesivas revoluciones industriales como tendidos eléctricos, placas solares, presas hidroeléctricas, estaciones de tren, y otros grandes logros del trabajo. La organización racional del trabajo es, y debe ser, también parte de la soberanía popular como ejercicio de la soberanía nacional. En esta idea de la soberanía a través del trabajo pueden entretejerse ideas sacadas del materialismo histórico marxista como la conformación histórica del campo económico a través de la interacción mutua de las distintas ramas de las relaciones de producción y de la dialéctica de clases y de Estados, y la gestión de la soberanía a través del trabajo, netamente político, en las distintas capas y ramas del poder de todo Estado. Pues trabajadores que mantienen y cuidan de esta gestión laboral de la soberanía son todos los que conforman las clases populares, en las cuales no encontramos solo al campesinado y al proletariado, sino también a médicos y veterinarios, administrativos y soldados, gestores culturales y turísticos, documentalistas y estudiantes. Así puede relacionarse la importantísima, en filosofía, idea de producción con el concepto de soberanía política. Pues la soberanía no puede ejercerse sin la organización racional del trabajo humano que es la que gestiona, desde el presente (el pueblo y sus clases sociales, sobre todo las que no disponen de la propiedad privada y privativa legal, ilegal o alegal de los medios de producción), las grandes obras del trabajo organizado de nuestros ancestros y que heredarán nuestros hijos, nietos y más allá (la nación y sus clases sociales históricas).

- Toda patria, y España no es excepción, es fruto de la dialéctica de clases y de Estados, y esta dialéctica doble que es la misma todo el rato es, a su vez, fruto y está entretejida con el trabajo humano y con las distintas dialécticas que ese trabajo humano, que esa producción del Mundo-entorno, provoca y siente, ya sea la cooperación, ya sea la lucha de clases más abierta y sangrienta, como muestra de ello han sido las distintas guerras civiles que han asolado a España durante siglos, incluida la última del pasado siglo XX a la que sucedió una dictadura militar de derecha de casi cuatro décadas con su Transición a democracia liberal en la que todavía vivimos. Y si algo he aprendido yo durante el tiempo que estuve realizando mi tesis doctoral es que amar a tu nación, defender a tu pueblo, ser patriota, es sobre todo comprender la retroalimentación e influencia recíproca e histórica existente entre la base del trabajo humano organizado en un territorio político determinado y las identidades de agregación colectivo-populares que permiten que esa organización social llamada Patria continúe en el tiempo, siempre buscando su mejora, su mayor consolidación y, por supuesto, el tratar que nadie realice abusos de poder ni injusticias sociales sobre la Patria.

No puedo acabar estas reflexiones a vuela pluma sin mencionar dos ideas surgidas de conversaciones con el novio durante este fin de semana. Es muy acertada la modificación realizada, mediante el Decreto Supremo nº 100 el 17 de septiembre de 2005 (con las consiguientes modificaciones de diciembre de 2012), al Artículo 5ª de la Constitución Política de la República de Chile. Ahí se ve, en lo que respecta a las bases institucionales del patriotismo de una nación, lo que ha de ser la soberanía (en términos de los poderes clásicos de Montesquieu): La soberanía reside esencialmente en la Nación. Su ejercicio se realiza por el pueblo a través del plebiscito y de elecciones periódicas y, también, por las autoridades que esta Constitución establece. Ningún sector del pueblo ni individuo alguno puede atribuirse su ejercicio (http://www.camara.cl/camara/media/docs/constitucion.pdf). Creo que no hay artículo constitucional (en términos de capa conjuntiva del poder político -terminología buenista de Gustavo Bueno-), que mejor exprese esta idea que he tratado de argumentar en esta entrada. Y es un orgullo que sea una nación iberoamericana la que, en su Constitución, exprese de manera tan acertada uno de los pilares de toda idea racional y sensata de Patria.

Pero no solo eso. Ese artículo constitucional es producto del trabajo humano organizado racional y socialmente a través de diversas instituciones siendo su motor principal el trabajo, tanto cotidiano como histórico, de las clases populares de toda Patria. Si el albañil es el principio y el fin de la arquitectura, de cualquier edificio, el obrero es el principio y fin de toda nación, de todo pueblo, de toda Patria. La producción del Mundo-entorno humano, desde la más simple cerilla (producto complejísimo de la historia de la producción) hasta el mapa más basto del Universo conocido, es fruto de la organización racional del trabajo, de todas las clases de trabajadores, organización que tiene su raíz y núcleo a niveles antropológico-prepolíticos (en las primeras herramientas producidas por homínidos), pero cuyo cuerpo y curso históricos son políticos, a raíz de los primeros momentos de la apropiación de territorio por parte de sociedades humanas unificadas mediante el trabajo y su codificación a través de leyes, organizando tanto la propiedad como el reparto de la ganancia. Si la tierra era el suelo donde trabajaban los primeros homínidos y empezaban a deconstruir el Mundo (su Mundo que es también nuestro), desde las coordenadas no ya de un materialismo filosófico, sino de un materialismo político (desde una concepción materialista de la vida política, de la Polis, del Estado y del hombre como zoon politikon), la progresiva transformación de la tierra en territorio, en elemento esencial para el ejercicio y desarrollo de la sociedad política y de la soberanía, paralela y entretejida con el proceso de evolución humana hacia una posición bípeda y erguida (estudiada tanto por Engels -https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/1876trab.htm- como por Bueno, esto es, la influencia del trabajo en la evolución de los homínidos hasta el actual homo sapiens), debería permitir entender el fascinante proceso productivo del hombre desde su antepasado más cercano al mono hasta el trabajador manual y manufacturero de una sociedad asentada en un territorio sobre el que empieza a entretejer, mediante dicho trabajo organizado, una sociedad política, transformándose él en sostenedor de un poder político que absorbe, y está más allá, del mero poder etológico.

Así pues, desde un materialismo político, el suelo de las manos del Hombre como zoon politikon, como "animal político", no sería como afirma Gustavo Bueno "la mesa" (http://www.fgbueno.es/med/tes/t035.htm), salvo a un nivel todavía antropológico y sociológico que en absoluto es desdeñable. El territorio nacional donde el trabajador opera, juntando y separando cuerpos creando riqueza, produciendo valor, es en cuerpo y curso heredero del territorio raíz y núcleo donde el homínido operaba construyendo herramientas. Solo que la dialéctica de clases y de Estados ha permitido transformar, deconstruir, ese territorio en tierra donde se ejerce soberanía política. Y uno de esos territorios soberanos donde las distintas clases de trabajadores operan y producen valor presente, heredado de los valores producidos en el pasado y que habrá que legar al porvenir, es España. De ahí que frases políticas como "la tierra para el que la trabaja" sean acertadas si son vistas desde esta perspectiva materialista política. La mesa, como producto cultural, es inconcebible sin esa evolución mediante la organización del trabajo hacia las sociedades políticas. En sentido estricto y actual, y sin desdeñar en absoluto la lucha de clases, la tierra de la Patria es el suelo sobre el que los trabajadores operan y se relacionan entre sí y con otros pueblos, bien sea produciendo mercancías complejas, bien sea todavía, trabajando la tierra directamente. 

Algo tan simple y tan complejo históricamente como un viaje en autocar puede permitir ver esto si se tiene esta perspectiva y uno está atento a los detalles históricos y político-económicos que ante sus ojos se presentan. Para el materialismo político, la Patria es el verdadero suelo de las manos. Y por eso, la soberanía nacional es inalienable, y debe ser inalienable, de sus trabajadores. Y de ahí la necesidad de que el pueblo y sus clases, ejerza una soberanía nacional legada de los compatriotas de la nación que, en el pasado, fueron pueblo. Y de ahí, también, la necesidad de que el pueblo del porvenir, las clases de trabajadores de la patria futura, continúen, mejoren y quieran dicho legado.

Sobre los inicios de Izquierda Hispánica y su relación con El Revolucionario

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Izquierda Hispánica nació como un blog de blogspot en el año 2007, posteriormente trasladado a Wordpress. Izquierda Hispánica (IH) nació mientras yo era "corresponsal en Uruguay" de El Revolucionario, en tiempos ha también denominado "El diario global de la izquierda revolucionaria en lengua española - Hacia la séptima generación de la izquierda", dirigido por el hijo de Gustavo Bueno, Gustavo Bueno Sánchez, aunque falseado en su consejo editor con tres nombres de personas que no existen: Gregorio Pimentel, Carmen Michelena y Federico Azcuaga. Estos tres personajes falsos, supuestos activistas latinoamericanos eran siempre la misma persona: Gustavo Bueno Sánchez. El Revolucionario nació en el año 2006, y quiso darse para sí el mérito de ser la primera web que trataba el tema de la "séptima generación de las izquierdas" basándose en el libro "El mito de la izquierda" de Gustavo Bueno y en las "Tesis de Gijón" de Ismael Carvallo Robledo. Pero en realidad la primera web sobre este tema fue un foro que yo cree llamado "Foro La Séptima Izquierda", de corta vida pero que fue buena escuela de debate.


Cuando El Revolucionario empezó a estancarse en artículos y noticias, debido sobretodo a la absoluta falta de voluntad de muchos de sus redactores iniciales (básicamente españoles seguidores del materialismo filosófico que no podían soportar escribir en el mismo diario que William Yzarra, venezolano y bolivariano, porque estaba, según ellos, en las antípodas del sistema de Gustavo Bueno, demostrando un purismo fiilosófico muy alejado de la necesidad de mancharse de barro y sangre que exige todo materialismo político), yo empecé Izquierda Hispánica, que hacía lo que tenía que haber hecho El Revolucionario desde un primer momento, pero realizándolo una única persona, yo. Labor unipersonal que se prolongó prácticamente igual cuando Gustavo Bueno Sánchez decidió ponerme a mí de administrador en El Revolucionario. Hacía prácticamente durante mucho tiempo cuatro artículos largos al día, que pueden leerse en mi sección de artículos de mi web, y consiguí un montón de fantásticos columnistas y corresponsales, a veces teniendo conflicto de intereses con algunos miembros de Nódulo Materialista, la asociación de tipo sectario que ha secuestrado el materialismo filosófico de Gustavo Bueno; recuerdo dos en concreto bastante lamentables: uno con Joaquín Robles, que no escribía casi nunca hasta que yo usé su corresponsalía para realizar un artículo largo, se quejó por ello y le dije en el foro interno de trabajo del diario que en vez de quejarse debería trabajar más y escribir, algo que le sentó fatal y presentó su dimisión, teniendo yo que pedirle que no se fuese para asegurar la "eutaxia" del precario periódico que, sin embargo, mientras yo fui administrador multiplicó sus visitas por diez, aunque el hecho de que él no se fuera no hizo que escribiera más salvo artículos para el llamado "Grupo Promacos", del que hablaré otro día; y otra con el mismísimo Ismael Carvallo, pues se sintió muy molesto porque yo consiguiera de columnista al Dr. Jorge Antonio Montemayor Aldrete, de la UNAM, ya que él quería control absoluto sobre su sección mexicana, en realidad sobre todo el periódico ya que, supuestamente, El Revolucionario lo editaba "Nódulo Materialista de México", el alter ego de la asociación española, que siempre ha sido y es única y exclusivamente Ismael Carvallo, al igual que la llamada Fundación de Investigaciones Materialistas José Revueltas, que es única y exclusivamente, también, Ismael Carvallo. Aquí Ismael sigue al pie de la letra los consejos, indicaciones y directrices de Gustavo Bueno Sánchez, y ese fue el lastre que arrastró siempre El Revolucionario, pues, y lo digo con dolor por él, Ismael Carvallo no puede ir al cuarto de baño si Gustavo Bueno Sánchez no le da permiso.

Me hicieron administrador porque trabajaba bien y hacía al diario andar. No obstante, también se hizo para que Izquierda Hispánica, como blog, no creciera. Sin embargo, tanto El Revolucionario como IH crecieron en visitas durante todo el 2008. IH como blog consiguió en un solo año más de 200.000 visitas internacionales, y El Revolucionario consiguió, entre otras cosas, entrar en la sección de noticias de Google, algo que, todo hay que decirlo conseguí yo. Yo conseguí además que Izquierda Hispánica se transformase en firma de El Revolucionario, cosa que siempre molestó a muchos noduleros, así como conseguí que fuesen firmas José Ramón Esquinas (historiador, filósofo y amigo), Luis Cortés Briñol (escritor de gran inteligencia), Diego Guerrero (economista y director de mi tesis doctoral), Rolando Astarita (economista y profesor de la Universidad Nacional de Quilmes en Argentina), José Rafaél López Padrino (activista venezolano), Fernando G. Toledo (periodista, poeta y blogger de Razón Atea), el ya mentado Montemayor Aldrete (que además es físíco), entre otros, sobre todo articulistas que, desde nuestras falsas corresponsalías pues la mayoría escribíamos desde España, hacíamos noticias. A finales de 2008 el blog de IH se convirtió en página web con el dominio www.izquierdahispanica.org, y ahí comenzaron los problemas.

Se convirtió en dominio porque Gustavo Bueno Sánchez me lo ofreció. Yo le dije que sí porque confiaba en él y pensé que sería una forma estupenda de institucionalizar más el proyecto. Pero fue el abrazo del oso. El becario eterno de la Fundación Gustavo Bueno e informático Javier Delgado Palomar me planificó la web con un lenguaje de programación PHP-Nuke que ya empezaba a estar desfasado. Y lo hizo siguiendo órdenes de Gustavo Bueno Sánchez, pues tenían la intención de bloquear el crecimiento de IH dándome una web que no podía manejar con la soltura que daba el Wordpress, y lo hicieron a sabiendas para que no siguiera utilizándola. Durante parte de 2008 y todo el 2009 la web de IH apenas publicó nada, coincidiendo además con mi etapa final de exámenes del último curso de la carrera. No fue hasta el 2010, cuando conseguimos comprar el dominio de la web de IH a la Fundación Gustavo Bueno (a Gustavo Bueno Sánchez, Gustavín llamado en Asturias, y su empresa de contenidos web Permeso) que podimos empezar a rodar solos, pues lo que queríamos era independencia total del núcleo asturiano del materialismo filosófico, independencia que, no obstante, queríamos tener de manera amistosta siguiendo colaborando con ellos hasta que no pudo ser, y no sin lágrimas y sangre, proceso que contaré en otro momento.

Pero el punto de inflexión de aquella relación fue mi expulsión como administrador de El Revolucionario, decisión tomada por Gustavín y, siguiendo sus órdenes y llevado quizás por la envidia de no ser él quien se llevase la gloria de lo que entonces se llamaba "izquierda buenista", por Ismael Carvallo. Decidieron expulsarme porque entendieron que Izquierda Hispánica se estaba haciendo con el control de El Revolucionario. Y así era, pues esa era nuestra intención, pero no por conspiracionismo malsano, sino porque Izquierda Hispánica era, sin duda, la parte más activa políticamente hablando y la más presentable de todo el materialismo filosófico, habida cuenta de que en foros de Internet y redes sociales Nódulo Materialista se presentaba como una semi-secta muy cerrada alejada de la realidad con toques ideológicos franquistoides y cercanos al Partido Popular español. Pero como la obsesión de Gustavín siempre ha sido el control de todo lo que tuviese que ver con la obra de su padre, y es así porque él, como hijo y gestor de legados es parte de esa obra, expulsó a toda Izquierda Hispánica de El Revolucionario. Desde entonces El Revolucionario es un diario renqueante, que cambió su lema político por el dramático "Porque la Historia no ha muerto - Porque el Mundo sigue girando", que publica cuando le dan espasmos a Gustavín o da órdenes a sus secuaces para escribir, como hizo con Pedro Ínsua cuando le mandó a una reunión en Madrid del Partido Comunista del Perú, porque supuestamente iban a entablar relaciones y, al final, avisados de lo que esta gente es, le trolearon y no quedó con ellos. De ahí el extraño artículo "¿El Partido Comunista del Perú va de farol?": http://www.elrevolucionario.org/rev.php?articulo1870

Independientemente de la evolución filosófica y política que ha tenido cada asociación, e independientemente de la evolución que la idea de "séptima izquierda definida" haya podido tener, lo cierto es que, con la perspectiva del tiempo, puedo decir que a pesar del crecimiento y la rica experiencia política y periodística que supuso para mí, El Revolucionario era un diario destinado al fracaso más absoluto. ¿Cómo no iba a ser un fracaso un diario izquierdista dirigido por una asociación sectaria como es Nódulo Materialista que, junto con sus devanéos ideológicos con la "derecha española", llegaba a publicar artículos tan patéticos como el titulado "Nódulo pone en jaque a España tras su intentona regicida", como no, del Grupo Promacos? Seguramente, debe ser muy risible hacer bromas internas sobre nombres de asociaciones en torno a los problemas de saludo del anterior rey de España, pero da cuenta del patetismo sectario y la inoperancia política de una gente que, supuestamente, escribe en un diario político y revolucionario de "izquierdas" destinado a 500 millones de potenciales lectores, los trabajadores hispanos. Pueden leer este surrealista artículo aquí: http://www.elrevolucionario.org/rev.php?articulo1714

Y esta, en resumidas cuentas, fue básicamente la relación entre IH y El Revolucionario durante los tres años que duró, hasta que IH en 2010 se constituyó legalmente como Asociación Cultural, independiente de la órbita Nódulo Materialista - Fundación Gustavo Bueno, que son una y la misma cosa, pues el creador y director de ambas institución es la misma persona, Gustavín, y en ambas militan y trabajan las mismas personas, entre ellas el también mentado Delgado Palomar. Tiene más episodios destacables, como una reunión previa a los Encuentros de Filosofía del año 2009 en Oviedo en la mismísima Fundación Gustavo Bueno en la que estábamos miembros de IH, de Nódulo, Ismael Carvallo y Gustavín, en la que ya decíamos que la crisis económica producía una oportunidad política para organizar movimientos políticos y sociales críticos con el euro, la Unión Europea y que podría aprovechar la coyuntura de las revoluciones democráticas y de izquierdas en Iberoamérica para acercar España a ellas. Nódulo y Gustavín nos frenaron a IH entonces, argumentando que no iba a cambiar nada y que era una pérdida de tiempo. Ismael calló entonces, por los motivos que he esgrimido antes. Curiosamente era cercano a nuestra propuesta, al igual que Delgado Palomar que todavía conservaba algunas ideas comunistas. Pero como quien paga y da de comer es quien domina a todo aquel que come de él, no quedó más que la ruptura institucional de 2010 de IH con Nódulo y la FGB para seguir caminando, aún en soledad y durante un tiempo en minoría. Y es que Gustavín jamás se arriesgó a romper del todo y mostrar del todo sus querencias políticas (extrañas cuanto menos, pues se muestra partidario de la República Popular China en debates televisivos al mismo tiempo que protege cual gallina a los más derechistas del materialismo filosófico), porque desde que se cedió el edificio del sanatorio Miñor en Oviedo como sede de la Fundación Gustavo Bueno en el año 1999, decisión tomada por unanimidad por el ayuntamiento de dicha ciudad por PP, PSOE e Izquierda Unida cuando el pepero Gabino de Lorenzo era alcalde (todavía gobierna el PP en Oviedo), la Fundación, Nódulo, el materialismo fiilosófico en su núcleo más cercano a Bueno y el propio Gustavo Bueno, son "entes" comprados por el poder político de la ciudad que gira en torno al Partido Popular. Y de ahí que sea imposible, por ese control y ese miedo a perder los privilegios que otorga el que paga, lo que hace que el entorno asturiano y sus tentáculos no permitan voces disidentes dentro del propio sistema o análogos. Es el propio Gustavo Bueno el que reconoce este control y esta prostitución filosófica en la propia página de la Fundación Gustavo Bueno afirma lo siguiente, en el cuerpo de la noticia "El campus de Bueno":
Sabe que también le critican por la cesión municipal del antiguo sanatorio Miñor para la Fundación. Alega que la decisión fue aprobada por unanimidad y «aplaudo que se le haya ocurrido al alcalde. No puedo ser desagradecido. No se trata nada más que de saber con quién te juegas los cuartos», reconoce.
[Fuente: http://www.fgbueno.es/hem/2000a02.htm]
De todas formas, esta entrada en mi web, explicativa y biográfica, es una buena excusa para recordar el blog de Wordpress y el momento en que pasó de ser un blog a una web con dominio "propio" en apariencia:


La bitácora ha muerto; VIVA LA WEB

La bitácora (http://izquierdahispanica.wordpress.com) cesa hoy sus actividades para siempre. Ahora nos moveremos en esta dirección:

http://www.izquierdahispanica.org

Esta era la sorpresa, la última sorpresa que nuestra bitácora les da, y este es también el último texto que se colgará en esta bitácora.
La bitácora creada hace poco más de un año ha crecido de tal manera que ha alcanzado las 200.000 visitas mundiales en poco más de un año. Gracias a todos los que lo han hecho posible. Pero hay que cerrar etapas.
La bitácora no será borrada, pero se dejarán de realizar actividades en ella. A partir de ya ésta es la nueva web de Izquierda Hispánica, desde la que desarrollaremos todas nuestras actividades:

http://www.izquierdahispanica.org

Métanse todos allí, lean, discutan, participen, manden noticias y consulten nuestros textos políticos. Se abre una nueva y prometedora etapa en Izquierda Hispánica. Caminemos juntos en ella.
¡POR EL SOCIALISMO HACIA EL IMPERIO Y POR EL IMPERIO HACIA LAS ESTRELLAS!

De cuando el símbolo de Izquierda Hispánica fue elegido

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Publicado en el blog de Wordpress de IH, mayo de 2008:




Resultado Final del Concurso Símbolo de la Izquierda Hispánica: DOS SÍMBOLOS GANADORES

Ha llegado ya el final del Concurso Símbolo que iniciamos hace unos cuantos meses. Y ya estamos en disposición de elegir ganador, teniendo en cuenta vuestros mensajes aquí y los correos que habéis enviado a:
Se ha tomado la decisión de no elegir uno, sino dos símbolos ganadores, los dos más votados. Aquí están:
(MENSAJE A TODOS LOS MATERIALISTAS Y SIMPATIZANTES: COLOQUEN ESTOS SÍMBOLOS EN SUS WEBS Y BITÁCORAS, PARA QUE TODOS, ENEMIGOS Y HERMANOS, LOS VEAN Y CONOZCAN)
Uno, el más puramente ideológico, la estrella roja en forma de siete, representando la séptima izquierda políticamente definida que puede gestarse en Iberoamérica. Pero esta estrella en forma de siete no es exclusiva para Iberoamérica, sino que se trata de un símbolo que pretendemos sea universal y universalista, para todos los hombres de este planeta de 6.000 millones. Creado por Enrique Esquinas Algaba. El símbolo de la Izquierda Materialista.
Creado por Raul Ortega -uno de los muchos que mandaron propuestas al Concurso de la bitácora de WordPress, de nacionalidad cubana, pero persona de la que nada más sabemos-. Un símbolo también político, pero no para la ideología, sino para la gran unión política que consideramos más revolucionaria, racional y universalista: Iberoamérica (la Iberoamérica de Ismael Carvallo, la de todos los hombres y mujeres que en el mundo hablan español y portugués). La bandera de Bolivar (tres franjas iguales horizontales: la superior azul, representando al océano que nos une; la del medio amarilla o gualda, representando al Sol y a la Tierra y la inferior roja, representando a la Sangre de los ciudadanos de la Hispanidad y a la clase trabajadora), con el Escudo de unión iberoamericana: el Sol Indígena flanqueado por las Torres de Hércules (simbolo hispano), en su centro la Esfera Armilar(símbolo luso) y en primer plano la Estrella Roja de Cinco Puntas, representando al socialismo y al materialismo. El escudo a la izquierda, representando a la séptima izquierda, la iberoamericana, la Izquierda Hispánica.

Iberoamérica Bandera Ondeante
Es la bandera de lo que llamamos Imperio Hispánico Socialista cuyo epicentro y núcleo está en el continente americano, y que de allá irradiará a todo el Planeta.
Muchas gracias a todos los que habéis mandado vuestros símbolos, todos de gran calidad. Este fin de semana habrá otro anuncio importante por parte de Izquierda Hispánica.
Salud.

Respuestas a Cristian Mejías Sánchez

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El pasado día 6 de junio el estudiante de filosofía Cristian Mejías Sánchez me mandó este mensaje. No he podido contestar hasta ahora, por lo que pido de antemano disculpas en la demora. Esto es lo que me escribió:
Cristian Mejias Sanchez / 06/06/2014 
Debido al gran conocimiento que te atribuyo acerca de los ppales. autores liberales así como de la obra de Gustavo Bueno, crees que el fundamentalismo democrático de éste  puede ser una buena crítica al punto de John Rawls de los ppos. de la justicia en dónde se produce una interiorización de sus dos principios (de igual libertad y oportunidades y el ppo. de diferencia) como equilibrio reflexivo? Es decir,  ppos. aceptados y reconocidos por todos y cuya violación puede ser señalada precisamente por esta interiorización? 
En este punto yo creo que John Rawls con su apuesta por la justicia como imparcialidad, y contemplando una visión de persona ahistórica lo que consigue es más bien una justicia impersonal, que derriba los muros de las tradiciones y culturas como consecuencia de la lógica del capitalismo tardío y el establecimiento del fundamentalismo democrático del que Bueno habla en su obra. 
Y, que posteriormente escribe su Derecho de gentes, según la cual muchos la consideran un fracaso respecto a Una teoría de la justicia, y yo más bien la considero una asimilación de las críticas comunitaristas en su intento de llevar su teoría de la justicia al ámbito de las relaciones internacionales. 
Perdón por la extensión, pero no veía a quién podía plantear esto de forma seria más que a tí.
Bien, en primar lugar, el fundamentalismo democrático que Bueno critica en su último libro hasta la fecha y del mismo nombre (Temas de Hoy, Madrid 2010), como ideología dominante en buena parte de las democracias liberales capitalistas homologadas -por ellas mismas y entre sí, para así validar sus intercambios comerciales como "espacio de veridicción" de sus demandas y ofertas comerciales, también políticas, que diría Foucault en "Nacimiento de la biopolítica", es, y hay que recordarlo, la afirmación categórica de que la democracia como sistema político no es meramente el "menos malo" de los sistemas políticos que existen o han existido (pensar esto sería "funcionalismo democrático"), sino que es, sin duda, el mejor de todos los existentes históricamente, el más evolucionado, excelso, perfecto y el culmen de la progresiva, y progresista, evolución de la política e incluso de la especie humana. Este fundamentalismo democrático, o democratismo, es una ideología dogmática que, sin negar sus "partes de verdad", consideraría que cualquier crítica no solo a ella, sino al sistema político democrático, sería casi un delito asimilable a los peores crímenes horrendos de la delincuencia común, y que una postura política no demócrata, o incluso antidemócrata, sería para este fundamentalismo democrático, lo que la apostasía o el ateísmo resultaron en muchas sociedades monoteístas medievales.

En ese sentido Bueno sí situaría la teoría de la justicia de John Rawls en el campo del democratismo, influido por Kant y su imperativo categórico, en tanto que interiorización de supuestos axiomas a universalizar por todos los hombres. No en vano, el democratismo, como ideología "supraestructural" de un sistema económico de mercado pletórico capitalista, ha de poder conectar con ciertos criterios éticos y morales comunes a todas las sociedades políticas internacionales para poder ser exportado. El "todo lo sagrado se profana" que relacionaron Marx y Engels en el Manifiesto Comunista con la burguesía como clase revolucionaria resulta, en el siglo XXI, es transformado ahora en "todo lo que no era susceptible de ser democrático se democratiza". Y de ahí que las versiones más radicales de fundamentalismo democrático sean aquellas que buscan una relación cuasi asamblearia del "pueblo" con sus dirigentes, en una suerte de oclocracia o "gobierno de la muchedumbre" propia de las sociedades de masas de interacción inmediata con ciertos poderes políticos a través de las nuevas tecnologías (Internet, teléfono móvil, iPad, etc.). De esta manera, las ideas de Rawls son compatibles con el fundamentalismo democrático ya sea en su versión más "conservadora", la que defiende la democracia realmente existente, y la más "radical", que propugna el "retorno a una pureza democrática perdida" (como los albigenses y cátaros querían, en la Edad Media, luchar contra el Papado para volver a un cristianismo original ya perdido), pero sin salirse de ella. "Los problemas de la democracia solo pueden resolverse con más democracia", sería su lema, y de ahí que la palabra "democracia" sea disputada por unos y otros como fue disputada la palabra Dios hace siglos.

Rawls al buscar un sujeto de justicia ahistórico e imparcial deja a los hombres, en verdad, sin justicia, sin capacidad de amparo resolutivo de sus problemas por vía del poder judicial, o lo que es lo mismo, sin el brazo protector del poder político para poder ejercer su libertad. Y de ahí que entronquen estas teorías de la justicia, aún "progresistas", con el desamparo y la barbarie propia de las ideologías fóbicas con el Estado, antiestatalistas, tanto de "izquierdas" como de "derechas", tanto "religiosas" como "laicas", tanto "individualistas" como "comunitaristas". De hecho, el fundamentalismo democrático conecta muy bien con buena parte de estas ideologías estatófobas, y su extensión al campo de las Relaciones Internacionales, a mi juicio, contribuye al vaciamiento de la capacidad de los Estados de proteger a sus habitantes frente a instituciones que, sin embargo, se valen de los Estados para aumentar su capacidad para "profanar todo lo sagrado".

De cuando Izquierda Hispánica cumplió un año

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Publicado en el blog de Wordpress de Izquierda Hispánica en 2008:




Hoy, 12 de mayo de 2008, Izquierda Hispánica cumple su primer aniversario. Lo que empezó siendo una honesta y modesta bitácora de internet, en sólo un año, ha superado las 176.000 visitas a nivel mundial, ha conseguido establecer las bases por las que podría moverse una nueva izquierda definida en el mundo iberoamericano, ha congregado en sus comentarios a lectores fieles, y a otros no tan fieles, que han demostrado al escribir aquí su valía política, filosófica, científica, su hondo sentido universalista, racionalista y orgulloso de ser parte de la Hispanidad.

También hemos tenido encontronazos y enemigos declarados. La lista es curiosa: desde proetarras neofeudalistas hasta neonazis españolistas, desde progres redomados hasta peperos sin remedio, desde falangistas tradicionalistas hasta neofascistas de la Tercera Vía, desde integristas católicos hasta fundamentalistas islámicos, desde perroflautas “solidarios” con padres empresarios hasta conformistas fans de grupos musicales de radiofórmula. A todos ellos, también, gracias. Sin vosotros, IH no hubiera llegado hasta aquí.

Se avecinan cambios en Izquierda Hispánica, tanto en la web como fuera de la web. Son cosas que se harán con toda la prudencia política que exigen las circunstancias. De momento, no podemos informar de más.

Los que hacemos IH (Carlos Blanco, José Ramón Esquinas, Cesar Sandino y un servidor, más los lectores y comentaristas habituales, que ya forman parte de la familia de Izquierda Hispánica y contribuyen a poner los cimientos de este ambicioso edificio) queremos agradecer el seguimiento, la atención, el apoyo (directo e indirecto) y la valía de todos vosotros. Sería positivo saber que este aniversario no es una anécdota, y que habrá muchos más.

Sigamos así. Vayamos a más. Podemos y debemos hacerlo. Hay trabajo que hacer.

Para conmemorar este aniversario, publicamos lo que fue el primer texto colgado por Izquierda Hispánica, hoy ya hace un año. Eso sí, modificado para adaptarlo al día de hoy.

Salud.

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En unos tiempos en los que desde el poder y desde la periferia se pone en peligro la unidad de la Nación Política española, nación nacida tras la Revolución Liberal antinapoleónica y antiabsolutista de 1808-1814, tras su proclamación en las Cortes de Cádiz en la Constitución de 1812, la “Pepa”, constituyéndose en su momento como un auténtico Movimiento de Liberación Nacional; en unos tiempos en que un 35% de los portugueses han declarado en una encuesta que desearían unirse políticamente a España, conscientes de su inferioridad económica con respecto a su vecino peninsular y a su retraso con respecto al resto de países de ese nido de tiburones llamado Unión Europea; en unos tiempos en los que el continente iberoamericano, que fue formado gracias a España y Portugal, intenta levantarse del yugo imperialista de los Estados Unidos de América mientras este imperio anglosajón levanta muros contra el intento de los hispanos de huir de la miseria que el capitalismo produce a escala mundial, y mientras este mismo imperio ataca día sí día también al Hispanoamérica para robarles su identidad -haciendo que adopten denominaciones como Latinoamérica, latinos, etc.-,y los somete a una incesante recolonización religiosa a través de telepredicaodres luteranos de todos los colores y de peligrosas sectas protestantes (Marx llamó al protestantismo la “versión burguesa del cristianismo”); en un momento en que las naciones hispánicas están sometidas a un proceso de descentralización político-económica que las hace entrar en un proceso de desintegración al servicio del pensamiento dominante neoliberal; en un momento de emociones contenidas, de acontecimientos históricos decisivos, en definitiva, en un momento en que el pueblo portugués y el pueblo español -y el pueblo hispanoamericano, ecuatoguineano, afroportugués y filipino- se sienten amenazados por el neofeudalismo de los nacionalismos étnicos y biológicistas separatistas y por la acción de agresión del eje cultural anglosajón, con el Imperio Estadounidense al frente, ha llegado el momento de decir BASTA !.

Es hora de comenzar una nueva revolución, la más decisiva de la historia. Una revolución cuyas armas han de empuñar 500 millones de hombres y mujeres, contra el Imperialismo Capitalista de la Unión Europea y los Estados Unidos de América, contra la pérdida de identidad lingüística frente a las agresiones neofeudalistas y anglosajonas, contra la precariedad laboral, contra la inseguridad ciudadana, contra la invasión soterrada de la península ibérica por parte de las reaccionarias ideas de la religión islámica, contra el acoso y derribo contra el idioma español y el idioma portugués, contra el irracionalismo religioso y fanático tanto de islamistas como de luteranos, contra la delincuencia generalizada y violenta que asola al mundo hispanoamericano… contra aquellos que nos quieren hundir otra vez en la noche de los tiempos.

Por ello, es hora de construir una nueva izquierda políticamente definida. Tras la desaparición de la Izquierda Jacobina, el escoramiento a la Derecha de la Izquierda Liberal, la indefinición política y la marginalización de la Izquierda Anarquista, la deriva hacia la Izquierda Indefinida y Fundamentalista de la Izquierda Socialdemócrata, el fracaso de la Izquierda Comunista y la adopción del capitalismo de élites (de)generadas por parte de la Izquierda Asiática -Maoísta-, ha de ser construída una nueva generación de Izquierdas.

Esa nueva generación de izquierdas para poder triunfar, para poder tener operabilidad mundial ha de nacer en una plataforma internacional -ha de ser internacionalista- con una fuerte identidad cultural y una gran cohesión lingüística e histórica -también ha der ser patriótica-. Esa plataforma será la Plataforma Hispánica, formada por España y Portugal unidas a toda Hispanoamérica (Méjico, Belice, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia, Paraguay, Brasil, Uruguay, Argentina, Chile, Cuba, República Dominicana, Puerto Rico, los ciudadanos hispanos de los Estados Unidos de América y Canadá), a los países afrohispánicos (Guinea Ecuatorial, Mozambique, Angola, Cabo Verde, Guinea Bissau, Santo Tomé y Príncipe y Sáhara Occidental) y a los países hispanoasiáticos (Filipinas, Timor Oriental). Una plataforma con más de 500 millones de personas que han de conformar un nuevo Imperio Generador materialista y socialista, como fue el Imperio Soviético o como es el Imperio Chino, pero con su personalidad propia:

  • Defensa del español y el portugués como lenguas revolucionarias más la defensa de todas las lenguas hispánicas (vasco, catalán, gallego, quechua, guaraní, mapudungun, wayuu, etc.) como patrimonio cultural de la Plataforma Hispánica,
  • Defensa de un modelo económico planificado y centralizado, que no sea copia ni calco de los modelos comunista o maoísta, llamado a acabar con el Mercado Pletórico capitalista y las sociedades del bienestar para sustituírlos por el Universalismo Económico Socialista,
  • Defensa de las Naciones Políticas, canónicas, frente a las naciones étnicas y lucha por su integración total en las Naciones Políticas existentes en la Plataforma Hispánica,
  • Combate al luteranismo capitalista y al islamismo reaccionario como ideologías propia de la Derecha Política, defensa de un Materialismo Filosófico racionalista y ateo,
  • Lucha decidida contra toda medida política que conlleve desigualdad de ciudadanos ante la Ley, contra la desigualdad económica extrema, contra la miseria y la pobreza, contra la partitocracia oligárquica de la democracia realmente existente,
  • Por la unión política de España y Portugal en ún único Estado ibérico, Hispania, desde el que apoyar, fomentar e implantar el Socialismo Materialista del Siglo XXI,
  • Por la libertad de las naciones políticas oprimidas de la Plataforma Hispánica por el imperialismo capitalista anglosajón,
  • Por la plena igualdad de mujeres y hombres ante la Ley y en materia laboral, contra el racismo, contra el fundamentalismo democrático, contra el fundamentalismo religioso, por una Plataforma Hispánica de mujeres y hombres iguales ante la Ley,
  • Por una Plataforma Hispánica Socialista.

En momentos en que todo parece perdido surge la piedra sobre la que edificar la “Iglesia” revolucionaria definitiva, surgue la Izquierda Hispánica. Tú, ciudadano hispánico, únete a la Izquierda Hispánica, por la unión de todos en la Plataforma Hispánica Socialista como Imperio Generador, el Imperio de los Desheredados, de los marginados y de los oprimidos por el Eje Anglosajón (USA, Reino Unido, Unión Europea).

¡ Por el Socialismo hacia el Imperio, y por el Imperio hacia las Estrellas !

De cuando se llegó a la final del Concurso Símbolo de Izquierda Hispánica

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Esto se publicó en el 2008 en el blog de Wordpress:




El concurso símbolo de Izquierda Hispánica llega a su final. Tras cotejar la cantidad de correos enviados a


y los comentarios aquí vertidos, quedan los cinco finalistas que veremos a continuación. De entre todos ellos sólo quedará uno. En el hipotético caso de que queden dos, veremos cómo desfacemos ese entuerto.

Aquí van los diseños realizados y mandados: (ver también aquí:http://izquierdahispanica.wordpress.com/concurso-simbolo-de-la-izquierda-hispanica/)

Propuesta 4:

Versión de la bandera de la Hispanidad, pero con tres estrellas rojas en vez de tres cruces, fusionando las tres carabelas que descubrieron América con la revolución socialista.

Propuesta 13:

Nos la ha enviado Jordi Miralpeix Ibarguren. Esto es lo que nos escribió:

Muy buenas,
Os envío una propuesta de bandera para vuestra causa. El número de estrella es en función del número de paises que la integran.

Suerte y Saludos.


Propuestas 15:

Nos la ha enviado Enrique Esquinas Algaba. Esto nos escribió:

logo7a_izq_eea2:


Éste es una estrella que a la vez es un siete, me gusta del
diseño que es ágil e impactante. También es muy simple, como
los demás y puede ser dibujado rápidamente por cualquiera y
reconocido a distancia.
Propuesta 18:

Enviada por Jaime (desconocemos los apellidos):


Se trata de la Cruz de Borgoña con una Estrella Roja de cinco puntas.

Propuesta 19:


Se trata de una combinación de la propuesta 1 y la 12, o mejor dicho, una redefinición de la propuesta 8. Esto es, la bandera de Bolivar (tres franjas iguales horizontales: la superior azul, representando al océano que nos une; la del medio amarilla o gualda, representando al Sol y a la Tierra y la inferior roja, representando a la Sangre de los ciudadanos de la Hispanidad y a la clase trabajadora), con el Escudo de unión iberoamericana: el Sol Indígena flanqueado por las Torres de Hércules (simbolo hispano), en su centro la Esfera Armilar(símbolo luso) y en primer plano la Estrella Roja de Cinco Puntas, representando al socialismo y al materialismo. El escudo estaría a la izquierda, representando a la séptima izquierda, la iberoamericana.

Así quedaría la bandera ondulante:

Iberoamérica Bandera Ondeante

8 de mayo de 2008: Huelga Universitaria y Concentración Nacional contra el Plan Bolonia

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Esto contó Izquierda Hispánica el 8 de mayo de 2008 sobre la resistencia de los estudiantes universitarios españoles contra el Plan Bolonia:





Izquierda Hispánica apoya la huelga universitaria a nivel nacional español de mañana 8 de mayo y se solidariza con todos aquellos que vayan a diversas concentraciones en todo el territorio de la nación española.

La marcha se iniciará en Atocha, Madrid, a las 12:00 horas y cubrirá el recorrido hasta el Ministerio de Educación y Ciencia. Muchos de nuestros lectores no estarán muy informados sobre este plan que cambiará todo el sistema universitario tal como lo conocemos. Esto no es casualidad. La desinformación y la tardanza en definir la aplicación y efectos del plan han sido la norma desde que comenzó la tramitación de este. De hecho, aún hay aspectos que no han sido aprobados. Sin embargo podemos definir una líneas generales sobre el Plan Bolonia que se resumen en lo siguiente:

1- Mercantilización de la enseñanza: Con Bolonia se pretende que las Universidades tengan un grado alto de autofinanciación, lo que implica la participación de la empresa privada en la educación. Esto para carreras como Administración y Dirección de Empresas puede ser visto con buenos ojos, pero también supondrá que carreras como Filología, Historia del Arte o Filosofía, que no resultan interesantes para las empresas en una sociedad de mercado pletórico, estén condenadas a una progresiva desaparición. La Educación es un derecho y debe ser un servicio público al servicio del bien común y no de los intereses privados.

2- Imposibilidad de compatibilizar estudios y trabajo: El Plan Bolonia obliga al alumnado universitario a asistir a un mínimo del 80% de las clases. Con ello, además de acabar con la clásica autonomía de que se dispone actualmente en la Universidad, hace imposible compatibilizar estudios y trabajo. Esto afecta sobre todo a los estudiantes con un nivel económico más bajo y a los estudiantes de otras comunidades o naciones políticas, a los que les será imposible costear su estancia.

3- Grandes dificultades para alumnos del sistema antiguo: A los que el Plan Bolonia no les pille por un año, no les ofreceran docencia para las asignaturas que tengan suspensas de un curso para otro, es decir, que si alguien suspende una asignatura en la convocatoria extraordinaria tendrá que prepararla por su cuenta con la única ayuda de una o dos tutorías al mes.

4- Desaparición de las actuales becas: A partir de ahora los universitarios tendrán que hipotecarse para poder estudiar. Las becas serán sustituidas por becas-préstamo, lo que significa que una vez accedan al mercado laboral tras haber obtenido el título tendrán que devolver el dinero prestado con parte de su sueldo, es decir, salir hipotecados de la universidad.

5- Los Posgrados (segundo ciclo en las nuevas estructuraciones de las titulaciones) van a tener precios desorbitados. En un principio fueron fijados y aprobados por el Ministerio en 1800 euros, pero a consecuencia de las movilizaciones estudiantiles han rectificado. Los estudiantes que quieran acceder al Posgrado tendrán que desembolsar la módica cantidad de 1400 euros por curso. Además será obligatorio para la obtención del título de Grado realizar un año de prácticas en empresas o instituciones. Y estarán todo ese año trabajando gratis, porque se ha decidido que las prácticas no sean remuneradas (con lo que los universitarios españoles o extranjeros que estudien en España serán explotados al estilo de los proletarios británicos de la época del capitalismo manchesteriano). Aparte de esto cada titulación tiene sus propias diferencias y es más que aconsejable que los interesados se informen vía por internet o mediante los delegados.

Con este plan España trata de ‘converger‘ con Europa en el sistema educativo. Queda muy bonito sobre el papel, pero ¿ Merece la pena renunciar a una de las pocas cosas buenas que tiene el sistema público español para converger con Europa ? ¿ Si nos diese por converger con Estados Unidos va a haber que copiar su sistema sanitario ? No señores, aquí hay cosas que estan por encima de la convergencia europea. Muchos dirán que Bolonia ya está impuesto y que no hay nada que hacer, pero si hay un verdadero y rotundo movimiento universitario estudiantil en contra del Plan Bolonia, en contra de la explotación descarnada por parte de las empresas a los estudiantes, en contra de la privatización de la enseñanza, no podran implantarlo, pero necesitamos movilizarnos todos, no sólo universitarios, sino todo el conjunto de ciudadanos españoles que simpaticen con la causa universitaria en defensa de la Universidad pública. La política es como un regateo: si de entrada aceptamos que Bolonia es una realidad inamovible no conseguiremos un buen ‘precio’.

Debemos exigir, como mínimo y con respecto a ese Cuarto Reich llamado Unión Europea, la desaparición del Plan Bolonia, y si hay que negociar en base a esto se hará. No sería bueno dejar pasar la oportunidad de protestar, de defender los derechos de los ciudadanos de la nación española a una Universidad pública, de calidad y sin privilegios de ninguna clase, ya que esta lucha no afecta sólo a los universitarios, sino al conjunto de toda la nación.

Mañana Izquierda Hispánica estará presente en la concentración de Atocha, a pesar de no haber participado en la organización de la misma, por motivos que no vienen aquí a colación. Pedimos, por solidaridad frente al Plan Bolonia, la asistencia también de gente no universitaria a la concentración.

Por qué Unificación Comunista de España es un partido antiespañol

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Comentario de respuesta a una crítica a Izquierda Hispánica de un militante de la UCE (partido maoísta español), publicado en el blog de IH de Wordpress, en 2008:





Comentario de respuesta a una crítica a Izquierda Hispánica de un militante de la UCE (partido maoísta español)
Reproducimos la respuesta a un comentario de “Calimero”, militante de UCE y Ciudadanos, a unas críticas realizadas a la UCE desde Izquierda Hispánica:

A Calimero:

1.- De desconocimiento y sectarismo de la izquierda indefinida nada. La UCE es un partido maoísta, y el maoísmo nada tiene que hacer en el mundo occidental ni en Iberoamérica. Antes de hablar de izquierda indefinida (sin comillas) aprende a manejar el significado del término.

2.- Las acusaciones no son para nada infundadas. Que coincidan proetarras y Luis del Pino en la acusación hacia la UCE no significa que, por ser quienes son, ya haya que desechar sus argumentos. Resulta que muchas organizaciones políticas de izquierdas funcionan también sólamente por cuotas y no disponen de periódicos quincenales ni revistas editadas con tal calidad de diseño y papel (que no de artículos) como la UCE. Obviamente, al ser tú un militante de base de ese partido, no vas a estar enterado de los tejemanejes oscuros de esa organización maoísta. Y resulta que esos tejemanejes económicos existen.

3.- La UCE jamás ha tenido como eslogan “la unidad de España”, sino la “unidad de las nacionalidades y regiones de España”, como se puede ver en el banner de su página web. Es decir, la UCE defiende el artículo 2 de la Constitución Española actual, ergo defiende el orden establecido en España, el mismo orden que lleva a la nación a su fin.

4.- Las naciones no son meros constructos culturales. Las naciones políticas como España, Francia, Italia, Alemania, China, &c., son debidas a un proceso histórico por el cual el Estado absolutista, mediante una revolución, se convierte en nación de ciudadanos. No así la nación étnica fraccionaria, que siempre es una invención de unos fanáticos racistas. En el fondo la UCE maneja los mismos confusos y oscuros conceptos de nación que los enemigos de España (entre los que, etic, está la UCE).

5.- Pero es que resulta que Batasuna, ERC, CiU, &c., también quieren construir naciones de ciudadanos libres e iguales, quieren construir estados democráticos dentro del marco de la Unión Europea. La clave de todo ello, por lo que se les puede atacar, y es algo que ni la UCE, ni Ciudadanos, ni UPD comprenderán jamás, es que al hacerlo reivindican un privilegio de secesión acabando con la soberanía nacional y la igualdad ante la Ley (neofeudalismo), en base a elementos étnicos enfrascados en el mito de la “cultura”, en el fundamentalismo democrático (del que también forman parte la UCE, Ciudadanos y UPD) y partiendo de naciones sin historia que jamás serían sujetos históricos revolucionarios, como bien dijo Carlos Marx. España, según Marx y Engels, es una nación histórica que sí es un sujeto revolucionario. Por ello no se puede defender la democracia en abstracto o la libertad (como hacen los liberales), sino a España como NACIÓN POLÍTICA, sujeto revolucionario de la Hispanidad.

6.- Ciudadanos son liberales y UCE maoístas, es decir, segunda y sexta izquierdas definidas. Su unión es circunstancial y contra terceros. Pero al final ambos partidos, aunque partan respectivamente del liberalismo y del maoísmo, llegan a formar parte de las izquierdas indefinidas. La prueba viviente de ello eres tú mismo, ya que a la vez militas en Ciudadanos y en la UCE. ¿ Cómo se puede ser a la vez liberal y maoísta, sin caer en la indefinición política ? Ni la UCE ni Ciudadanos llegarán jamás a nada debido a su propia indefinición.

7.- La posición de Bueno sobre la UCE la conozco mejor que tú, porque para algo me he leído “El mito de la izquierda” y tú no. Aparte, la posición de Bueno acerca de la UCE, así como la de otros materialistas, ha variado desde que escribió el libro en 2003. Deberías hablar con mayor conocimiento de las ideas que manejas.

8.- Claro que hay diferencias entre el PCPE y vosotros. Pero ambos partidos son basura ideológica. ¿ Que son diferente basura ? No te lo niego, pero ambos huelen mal desde la perspectiva de una izquierda materialista. Y yo no he dictado la sentencia de muerte de la UCE. La UCE es un partido que tuvo su momento de gloria allá por los tiempos del referendum de entrada de España en la OTAN, pero que con el tiempo han caído en un ostracismo sectario y en una indefinición política, entre otras cosas, del que no han sabido -o no han podido, o no han querido- salir.

9.- Ni los proetarras ni Luis del Pino son santos de mi devoción y lo sabes eso tú y todos los que leen Izquierda Hispánica. Pero desde luego que sí hablo con conocimientos sobre lo oscura y confusa que es la UCE. Una fuerza política ha de definirse lo primero para encontrar su lugar en la vida política. Ciudadanos no es una fuerza política definida, y la UCE es un ente resistente al neofeudalismo que camina sujeto a unas ideas que consideran revolucionarias cuando en realidad son suicidas para la nación española.

Salud.

P.D.: “Calimero” muestra una vez más, en otro comentario en la bitácora, lo que es el concepto de “comunismo” que se tiene en la UCE.

Calimero:

Acabas de decir la mayor chorrada del universo:

“el comunismo es más bien agnóstico, en vez de ateo. La imposición de un ateismo (como sucedió en Albania) es comprable con la imposición de cualquier credo.”

El comunismo es ateo. Todos los Estados comunistas y maoístas son oficialmente ateos, otra cosa bien distinta es que impongan ese ateísmo en sentido anticlerical (para más información leer el artículo “La izquierda Comunista y la Religión” de José Ramón Esquinas publicado en El Catoblepas, que se puede leer en este enlace):


Stalin forma parte de la Izquierda Comunista, y no toda la extrema izquierda reniega de Stalin, y ni mucho menos la “extrema derecha” aplaude su gobierno. ¿ En qué mundo vives, Calimero ? En el del comunismo de piruleta, me temo.

2 de mayo de 1808: 200 años del comienzo de España como NACIÓN; Marx escribe sobre la Guerra de la Independencia Española

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Celebramos los 200 años, en 2008, del inicio de la resistencia hispánica a la invasión napoleónica:





Hoy, a esta misma hora, hace doscientos años, el pueblo español, encendiendo la espita el pueblo de Madrid, se rebeló contra la invasión francesa que el Imperio Napoleónico llevó a cabo para convertir a España -y España en ese momento no era sólo la España de la Península Ibérica, sino todo el territorio imperial- en una colonia francesa. La revuelta antifrancesa, antijacobina, a la vez servil y liberal (los dos sectores políticos fuertes, a derecha y a izquierda, de la España de entonces, y base de las Dos Españas, la reaccionaria y antiespañola y la revolucionaria y patriótica, que duran hasta hoy, mutatis mutandis) se extendió a todo el territorio que en el mundo era España.

El proceso revolucionario liberal, que a pesar de los pesares logró su objetivo de proclamar una Constitución, la primera de la historia de España, y la primera de una nación política intercontinental, fue traicionado por la monarquía al restaurar, eso sí, sólo en parte, el modelo previo a 1812, año de la promulgación de la Constitución de Cádiz. Los españoles de ultramar, viendo lo inadmisible de la restauración borbónica y absolutista, tomaron la antorcha encendida por los liberales peninsulares y decidieron no vivir bajo la tiranía de una dinastía que encarnaba precísamente el despotismo francés que todos combatieron para llegar a proclamar en el artículo 1 de la Constitución de Cádiz que: <<La nación española es la unión de todos los españoles de ambos hemisferios>>. Los libertadores iberoamericanos, durante prácticamente todo el siglo XIX, desde Bolivar hasta Martí, desde San Martín hasta Vasconcelos, llevaron a la izquierda liberal hacia la conformación de un puzzle de naciones políticas en distintos puntos de América. Mosaico de naciones políticas que busca hoy, a través de los verdaderos herederos de aquellos, volver a una sola unión nacional. Unión que, paradójicamente, y a pesar del antiespañolismo indigenista tan de moda por tierras americanas, sólo fue posible gracias a España. Esto debería hacer reflexionar a la izquierda revolucionaria en América, ya que, como dijo el historiador argentino Jorge Abelardo Ramos: <>. Pero ese desarrollo ansiado, esa unión ansiada por los herederos de los liberal-revolucionarios, si quiere ser realmente efectiva, y esta es nuestra tésis, deberá sobrepasar los límites geográficos y políticos de América, recuperar España y Portugal, iberoamericanizándolas, y haciendo lo mismo con los países hermanos en África, Asia y Oceanía. La lucha se presenta pues entre estas dos opciones: Internacionalismo Iberoamericano -nuestra opción- contra nacionalismo latinoamericano.

Mucho ha llovido en la nación española desde aquella gloriosa fecha: guerras civiles, revueltas reaccionarias -carlistas, hoy reconvertidos en el proetarrismo y el proseparatismo antiespañol-, dictaduras militares de derecha, dos repúblicas fracasadas -ahora sólo se recuerda la segunda, pero no para restaurarla, como la falsa conciencia hace creer a los segundorrepublicanos de hoy, sino como coartada ideológica que permita al PSOE perpetuarse en el poder-, y una falsa transición que encubre el pacto entre los tardofranquistas y la progresía para repartirse el poder, estableciendo una Constitución confusa y débil, una Constitución que es la principal causa de la decadencia de España y de su proceso de disolución -proceso en el que están inmersos otros países de Iberoamérica, como Bolivia, por desgracia-. Como bien escribe hoy El Revolucionario, el mejor diario de izquierda revolucionaria escrito en español, los neofeudalistas separatistas convierten este dos de mayo en una fecha antiespañola, manipulando una vez más la historia de la patria. Por una parte, el supuestamente patriótico partido de la derecha nacional, el Partido Popular, inmerso en un proceso de disolución que, si se consuma, podría ser la chispa que abra el camino a la ultraderecha españolista a tener su propia fuerza política sólida, renuncia al dos de mayo, lo convierte en algo folclórico, con la venia del PSOE y el resto de partidos políticos españoles, y reduce una fecha que DEBE SER NACIONAL a una festividad de Madrid. La lideresa neoliberal Esperanza Aguirre, la “Thatcher española”, es la principal responsable de ello.

Por su parte, las dos vertientes patrias de la ultraderecha, los neofeudalistas y los neofascistas, tuercen y retuercen esta fecha. Los primeros para o convertirla en día falso de lucha contra España -deberían recordar, aunque no quieran, que Daoiz y Velarde fueron patriotas españoles y que Agustina de Aragón era catalana, entre otros personajes ejemplares- o a no mencionar el día en absoluto en los babosos medios de internet donde se hace propaganda proetarra como InSurGentuza, Baos en la Red o Regrelión. Mientras, los neofascistas españolistas, desde NuevOrden hasta El Manifiesto, vuelven a caer en el esencialismo españolista diciendo que España no se creó como nación en la Guerra de la Independencia -España existía previamente, sí, pero no como nación política-, y tratando de reclamar aquella guerra como algo meramente espiritual, racista y europeísta. Nuestro particular mensaje para ambos:


¿ Y qué hace el PRI español, el PSOE ? Reclamar la fecha de tapadillo, de boquilla, pero a la vez, en nombre de la viscosa ideología socialdemócrata con que ha impregnado la España del presente y de la estúpida y confusa Alianza de Civilizaciones, hablar de España plural e incluso, en la ignominia más absoluta, dar pábulo a los afrancesados, editando libros que ensalce su persona y lamer el culo a Francia. Algo que al PSOE se le da muy bien, aunque a veces es difícil saber si las felaciones son mayores a los franceses o a los alemanes.

Izquierda Unida no existe. Aunque otras organizaciones, sorprendentemente, como Ciudadanos Por La República, emite comunicados de recuperación por parte de las izquierdas españolas del dos de mayo. Y además, esgrimiendo el mismo argumento que ha utilizado el liberal Federico Jimenez Losantos en los últimos días: los reyes no tienen vergüenza al asistir a los fastos actuales de celebración del dos de mayo, cuando fueron ellos los primeros en venderse a Napoleón y fueron ellos los primeros en traicionar a la revolución liberal patriótica, restaurando la Inquisición y los viejos privilegios, aunque sólo en parte.

La Guerra de la Independencia Española de 1808 a 1814 fue una guerra de LIBERACIÓN NACIONAL, una de las primeras en la Historia, y como tal ha de ser reivindicada. Izquierda Hispánica luchará para convertir una fecha folclórica en una celebración patriótica y revolucionaria, para evita que la derecha españolista manipule la fecha apropiándosela y para que las izquierdas españolas antiespañolas renieguen de una guerra sin la cual no existirían. También para que el neofeudalismo no manipule esta guerra revolucionaria en nombre de sus inventadas etnias y de sus propósitos racistas y antihispánicos. Y también haremos lo que esté en nuestra mano para que esta fecha también sea reconocida como esencial en toda la Hispanidad.

Estamos orgullosos de ser españoles, estamos orgullosos de pertenecer a la nación política española, estamos orgullosos de nuestra guerra de liberación nacional frente a Francia y al que esto le resulte chocante le mandamos con billete de ida al infierno.

Acabamos con un texto de Carlos Marx sobre aquellos acontecimientos que tanto le impresionaron y que escribió en La España Revolucionaria. Quien diga que Marx no se ocupó ni preocupó de España es un mentiroso, un antiespañol y un antimarxista, por mucha bandera roja que enarbole. El extracto que ofrecemos es sintomático de la importancia revolucionaria que la nación española tuvo para el fundador del materialismo histórico:


(Se puede leer íntegro en línea La España Revolucionaria en esta dirección:http://www.eroj.org/biblio/espanya/espanya.htm )

Hemos presentado ya a nuestros lectores una visión de conjunto de los albores de la historia revolucionaria de España, como medio para comprender y estimar en su justo valor los elementos de desarrollo que esta nación ofrece ahora a la observación del mundo. Aún más interesante y quizá igualmente valioso para comprender la situación presente es el gran movimiento nacional que acompañó a la expulsión de los Bonaparte y devolvió la corona española a la familia en cuyo poder sigue en la actualidad. Mas para valorar justamente aquel movimiento, con sus episodios heroicos y las memorables muestras de vitalidad de un pueblo al que se creía moribundo, hemos de retroceder a los comienzos del ataque napoleónico contra la nación española.

La causa efectiva de todo ello fue puesta quizá por primera vez de manifiesto en el tratado de Tilsit, firmado el 7 de julio de 1807 y que se dice haber sido completado por un convenio secreto que suscribieron el príncipe Kurakin y Talleyrand. El tratado se insertó en la Gaceta de Madrid de 25 de agosto de 1812, y estipulaba, entre otras cosas, lo siguiente:

Art. 1. Rusia tomará posesión de la Turquía europea y extenderá sus posesiones en Asia tanto como lo considere conveniente.

Art. 2. La dinastía de Borbón en España y la Casa de Braganza en Portugal dejarán de reinar. Príncipes de la Casa Bonaparte recibirán ambas coronas.

Suponiendo que este tratado fuese auténtico –y su autenticidad es apenas discutida incluso en las memorias del rey José Bonapante, recientemente publicadas–, él habría sido la verdadera razón de la invasión francesa de España en 1808, y las conmociones españolas de aquel tiempo aparecerían ligadas por hilos invisibles a los destinos de Turquía.

Cuando, a consecuencia de la matanza de Madrid y de las transacciones de Bayona, estallaron insurrecciones simultáneas en Asturias, Galicia, Andalucía y Valencia, y un ejército francés ocupaba ya Madrid, Bonaparte, con falsos pretextos, tomó las cuatro plazas fuertes septentrionales de Pamplona, San Sebastián, Figueras y Barcelona; una parte del ejército español había sido trasladada a la isla de Funen con vistas a un ataque sobre Suecia; por último, todas las autoridades constituidas –militares, eclesiásticas, judiciales y administrativas–, así como la aristocracia, exhortaban al pueblo a someterse al intruso extranjero. Pero había una circunstancia que compensaba todas las dificultades de la situación. Gracias a Napoleón, el país se veía libre de su rey, de su familia real y de su gobierno. Así se habían roto las trabas que en otro caso podían haber impedido al pueblo español desplegar sus energías innatas. Las desgraciadas campañas de 1794 y 1795habían probado lo poco capaz que era de resistir a los franceses bajo el mando de sus reyes y en circunstancias ordinarias.

Napoleón invitó a los hombres públicos más conspicuos de España a entrevistarse con él en Bayona, donde debían recibir de sus manos un rey y una Constitución. Se presentaron todos, con muy contadas excepciones. El 7 de Junio de 1808, el rey José recibió en Bayona a una diputación de los Grandes de España, en nombre de los cuales el duque del Infantado, que era el amigo más íntimo de Fernando VII, se dirigió a él en los siguientes términos:

Señor, los Grandes de España fueron siempre conocidos por su lealtad hacia sus soberanos, y V. M. hallará en ellos la misma fidelidad y afección,

El Consejo Real de Castilla aseguró al pobre José que éste era «el retoño eminente de una familia destinada por el cielo mismo a reinar». No menos abyecta fue la felicitación del duque del Parque al frente de una diputación que representaba al ejército. Al día siguiente, las mismas personas publicaban una proclama ordenando la sumisión general a la dinastía de los Bonaparte. El 7 de julio de 1808, la nueva Constitución era firmada por 91 españoles de la máxima significación: entre ellos figuraban duques, condes y marqueses, así como varios superiores de órdenes religiosas. Durante la discusión de esta Constitución, lo único que juzgaron digno de ser objetado fue la abolición de sus antiguos privilegios y exenciones. Integraban e] primer ministerio y la primera casa real de José las mismas personas que habían constituido el ministerio y la casa real de Fernando VII. En las clases privilegiadas, unos consideraban a Napoleón el regenerador providencial de España; para otros era el único baluarte posible contra la revolución; pero nadie creía en las posibilidades de una resistencia nacional.

De este modo, desde el mismo principio de la guerra de la Independencia, la alta nobleza y la antigua administración perdieron toda influencia sobre las clases medias y sobre el pueblo al haber desertado en los primeros días de la lucha. De un lado estaban los afrancesados, y del otro, la nación. En Valladolid, Cartagena, Granada, Jaén, Sanlúcar, La Carolina, Ciudad Rodrigo, Cádiz y Valencia, los miembros más eminentes de la antigua administración –gobernadores, generales y otros destacados personajes sospechosos de ser agentes de los franceses y un obstáculo para el movimiento nacional– cayeron víctimas del pueblo enfurecido. En todas partes, las autoridades fueron destituidas. Algunos meses antes del alzamiento, el 19 de marzo de 1808, las revueltas populares de Madrid perseguían la destitución del Choricero (apodo de Godoy) y sus odiosos satélites. Este objetivo fue conseguido ahora en escala nacional y con él la revolución interior era llevada a cabo tal como lo anhelaban las masas, independientemente de la resistencia al intruso. El movimiento, en su conjunto, más parecía dirigido contra la revolución que a favor de ella. De carácter nacional, por proclamar la independencia de España con respecto a Francia, era al mismo tiempo dinástico, por oponer el «deseado» Fernando VII a José Bonaparte; reaccionario, por oponer las viejas instituciones, costumbres y leyes a las racionales innovaciones de Napoleón; supersticioso y fanático, por oponer la «santa religión» a lo que se denominaba ateísmo francés, o sea a la destrucción de los privilegios especiales de la Iglesia romana. Los curas, a quienes aterrorizaba la suerte que habían corrido sus colegas de Francia, fomentaron las pasiones populares por instinto de conservación. «La llama patriótica –dice Southey– se vio avivada todavía más por el santo óleo de la superstición».

Todas las guerras por la independencia sostenidas contra Francia tienen de común el sello de la regeneración unido al sello reaccionario; pero en ninguna parte esto se manifestó de una manera tan clara como en España. El rey aparecía en la imaginación del pueblo como un príncipe de leyenda, oprimido y encarcelado por un ladrón gigante.

Las épocas más fascinadoras y populares del pasado estaban envueltas en las tradiciones sagradas y milagrosas de la guerra de la cruz contra la media luna; y una gran parte de las clases inferiores estaba acostumbrada a vestir el hábito de los mendicantes y a vivir del santo patrimonio de la Iglesia. Un escritor español, don José Clemente Carnicero, publicó en los años 1814 y 1816 la siguiente serie de libros: Napoleón, el verdadero Quijote de Europa; Sucesos principales de la gloriosa revolución de España; El justo restablecimiento de la Inquisición. Basta indicar los títulos de las obras para comprender este aspecto particular de la revolución española, que vemos en los diferentes manifiestos de las juntas provinciales, todos los cuales incluían en su bandera al rey, a la santa religión y a la patria y algunos incluso decían al pueblo que «la salvación de su alma está en juego y en peligro inminente».

No obstante, si bien es verdad que los campesinos, los habitantes de los pueblos del interior y el numeroso ejército de mendigos, con hábito o sin él, todos ellos profundamente imbuidos de prejuicios religiosos y políticos, formaban la gran mayoría del partido nacional, este partido contaba, por otra parte, con una minoría activa e influyente, para la que el alzamiento popular contra la invasión francesa era la señal de la regeneración política y social de España. Componían esta minoría los habitantes de los puertos, de las ciudades comerciales y parte de las capitales de provincia donde, bajo el reinado de Carlos V, se habían desarrollado hasta cierto punto las condiciones materiales de la sociedad moderna. Les apoyaba la parte más culta de las clases superiores y medias –escritores, médicos, abogados, e incluso clérigos–, para quienes los Pirineos no habían constituido una barrera suficiente frente a la invasión de la filosofía del siglo XVIII. Auténtica declaración de principios de esta fracción es el célebre informe de Jovellanos sobre el mejoramiento de la agricultura y la ley agraria, publicado en 1795 y elaborado por orden del Consejo Real de Castilla. Existían también, en fin, los jóvenes de las clases medias, tales como los estudiantes universitarios, que habían adoptado ardientemente las aspiraciones y los principios de la revolución francesa y que, por un momento, llegaron a esperar que su patria se regeneraría con la ayuda de Francia.

Mientras no se trataba más que de la defensa común de la patria, la unanimidad de las dos grandes fracciones del partido nacional era completa. Su antagonismo apareció a la superficie cuando se encontraron juntos en las Cortes, en el campo de batalla por la nueva Constitución que debían elaborar. La minoría revolucionaria, con objeto de excitar el espíritu patriótico del pueblo, no reparó en apelar a los prejuicios nacionales de la vieja fe popular. Por muy ventajosa que pareciera esta táctica desde el punto de vista de los fines inmediatos de la resistencia nacional, no podía dejar de ser funesta para dicha minoría cuando llegó el momento favorable para que los intereses conservadores de la vieja sociedad se parapetasen detrás de esos mismos prejuicios y pasiones populares, con vistas a defenderse de los ulteriores planes de los revolucionarios.

Cuando Fernando abandonó Madrid sometiéndose a las exigencias de Napoleón, dejó establecida una Junta Suprema de gobierno que presidía el infante don Antonio. Pero en mayo esta Junta había desaparecido ya. No existía ningún gobierno central y las ciudades sublevadas formaron juntas propias, subordinadas a las de las capitales de provincia. Estas juntas provinciales constituían, por así decirlo, otros tantos gobiernos independientes, cada uno de los cuales puso en pie de guerra un ejército propio. La Junta de representantes de Oviedo manifestó que toda la soberanía había ido a parar a sus manos, declaró la guerra a Bonaparte y envió delegados a Inglaterra para estipular un armisticio. Lo mismo hizo más tarde la Junta de Sevilla. Es curioso cómo la fuerza de las circunstancias empujó a estos exaltados católicos a una alianza con Inglaterra, potencia en la que los españoles estaban acostumbrados a ver la encarnación de la herejía más condenable, sólo un poco mejor que el mismísimo Gran Turco. Atacados por el ateísmo francés, se arrojaron a los brazos del protestantismo británico. No es de extrañar que Fernando VII, al retornar a España, en un decreto por el que restablecía la Santa Inquisición, declarara que una de las causas «que han perjudicado la pureza de la religión en España hay que buscarla en el hecho de la permanencia de tropas extranjeras pertenecientes a distintas sectas e inspiradas todas en un odio común a la Santa Iglesia romana».
Las juntas provinciales que habían surgido a la vida tan de repente y con absoluta independencia unas de otras, concedían cierto ascendente, aunque muy leve e indefinido, a la Junta Suprema de Sevilla, por considerarse esta ciudad capital de España mientras Madrid permaneciera en manos del extranjero. Así se estableció una forma muy anárquica de gobierno federal, que los choques de intereses opuestos, los celos particularistas y las influencias rivales convirtieron en un instrumento bastante ineficaz para conseguir la unidad en el mando militar y combinar las operaciones de una campaña.

Los llamamientos que estas diferentes juntas dirigieron al pueblo, si bien reflejaban todo el heroico vigor de un pueblo que ha despertado de pronto de un letargo prolongado y a quien una sacudida eléctrica ha puesto en estado de febril actividad, no están exentos de esa exageración pomposa, de ese estilo en que se mezclan lo bufo y lo fatuo y de esa grandilocuencia rimbombante que llevó a Sismondi a calificar de oriental la literatura española. Una muestra no menos elocuente de la vanidad infantil del carácter español es el que, por ejemplo, los miembros de las juntas se confirieran el título de «alteza» y se enfundaran en llamativos uniformes.

Hay dos circunstancias en relación con estas juntas, una de las cuales es una muestra del bajo nivel del pueblo en la época de su alzamiento, mientras que la otra iba en detrimento del progreso de la revolución. Las juntas fueron elegidas sobre la base del sufragio universal; pero «el celo de las clases bajas se manifestó en la obediencia». Generalmente elegían sólo a sus superiores naturales: nobles y personas de calidad de la provincia, respaldados por el clero, y rara vez a personalidades salientes de la burguesía. El pueblo tenía tal conciencia de su debilidad, que limitaba su iniciativa a obligar a las clases altas a la resistencia frente al invasor, sin pretender participar en la dirección de esta resistencia. En Sevilla, por ejemplo, «el pueblo se preocupó, ante todo, de que el clero parroquial y los superiores de los conventos se reunieran para la elección de la Junta». Así las juntas se vieron llenas de gentes que habían sido elegidas teniendo en cuenta la posición ocupada antes por ellas y que distaban mucho de ser unos jefes revolucionarios. Por otra parte, el pueblo, al designar estas autoridades, no pensó en limitar sus atribuciones ni en fijar término a su gestión. Naturalmente, las juntas sólo se preocuparon de ampliar las unas y de perpetuar la otra. Y así, estas primeras creaciones del impulso popular, surgidas en los comienzos mismos de la revolución, siguieron siendo durante todo su curso otros tantos diques de contención frente a la corriente revolucionaria cuando ésta amenazaba desbordarse.

El 20 de julio de 1808, cuando José Bonaparte entraba en Madrid, 14.000 franceses a las órdenes de los generales Dupont y Vidal se vieron obligados por Castaños a deponer las armas en Bailén; pocos días después, José tuvo que retirarse de Madrid a Burgos. Se produjeron otros dos acontecimientos que alentaron grandemente a los españoles: uno fue que el general Palafox hizo levantar a Lefebvre el sitio de Zaragoza, y el otro la llegada a La Coruña del ejército del marqués de la Romana, compuesto de 7.000 hombres, que, a despecho de los franceses, habían embarcado en la isla de Funen para acudir en auxilio de la patria en peligro.

Después de la batalla de Bailén, la revolución llegó a su apogeo, y el sector de la alta nobleza que había aceptado la dinastía a de los Bonaparte o se mantenía prudentemente a la expectativa, se decidió a adherirse a la causa del pueblo; lo cual representó para esta causa una ventaja muy dudosa.

New York Daily Tribune25 de septiembre de 1854







Por otra parte, el ejército y los guerrilleros (éstos durante la guerra recibieron de entre distinguidos militares de línea parte de sus jefes, como Porlier, Lacy, Eroles y Viliacampa, mientras que el ejército de línea tuvo después entre sus jefes a Mina, el Empecinado y otros caudillos de las partidas) fueron la parte de la sociedad española en que más prendió el espíritu revolucionario, por proceder sus componentes de todos los sectores, incluida la juventud –juventud ambiciosa, entusiasta y patriótica, inaccesible a la influencia soporífera del Gobierno central–, y por estar emancipados de las cadenas del antiguo régimen; parte de ellos, como Riego, volvía después de algunos años de cautiverio en Francia. No debemos, pues, extrañarnos de la influencia del ejército español en las conmociones posteriores, ni al tomar la iniciativa revolucionaria ni al malograr la revolución con su pretorianismo.







El hecho de que el poder estuviera dividido entre las juntas provinciales había salvado a España de la primera embestida de la invasión francesa napoleónica. Esto fue así no sólo porque dicha división aumentó los elementos de defensa del país, sino también porque, gracias a ello, el usurpador no tuvo la posibilidad de dar el golpe en una sola dirección. Los franceses se desconcertaron por completo al descubrir que el centro de la resistencia española estaba en todas partes y en ninguna. Sin embargo, poco después de la capitulación de Bailén y de la evacuación de Madrid por José, se hizo sentir la necesidad general de establecer alguna clase de Gobierno central. Después de los primeros éxitos, las disensiones entre las juntas provinciales habían adquirido caracteres tan violentos que al general Castaños, por ejemplo, le costó muchos esfuerzos impedir que Sevilla atacara a Granada.


Pudo así rehacerse y ocupar una posición sólida el ejército francés, que, a excepción de las fuerzas del mariscal Bessières, se había replegado a la línea del Ebro en el mayor desorden, de tal suerte que, de haberlo hostigado enérgicamente, se lo hubiera podido dispersar con facilidad u obligar al menos a repasar la frontera. Pero lo que levantó una protesta nacional contra las rivalidades de las juntas y el cómodo laissez faire de los jefes fue sobre todo la sangrienta represión que de la insurrección de Bilbao hizo el general Merlin. La urgencia de combinar los movimientos militares; el convencimiento de que Napoleón no tardaría en aparecer al frente de un ejército victorioso sacado de las orillas del Niemen, del Oder y de las costas del Báltico; la ausencia de una autoridad general para concertar tratados de alianza con la Gran Bretaña u otras potencias extranjeras y para mantener el contacto con la América española y percibir sus tributos; la existencia en Burgos de un poder central francés y la necesidad de oponer un altar a otro altar, fueron circunstancias que se conjugaron para obligar a la Junta de Sevilla a renunciar, aunque de mala gana, a su imprecisa y un tanto nominal supremacía y a proponer a las diversas juntas provinciales que eligieran de su seno dos representantes, con la reunión de todos los cuales se constituiría unaJunta Central, en tanto que las juntas provinciales quedarían encargadas del gobierno interior de sus respectivas provincias, «pero supeditadas a la Junta Central». En su consecuencia, la Junta Central, compuesta de treinta y cinco representantes de juntas provinciales (treinta y cuatro de juntas peninsulares y una de las islas Canarias), se reunió en Aranjuez el 25 de septiembre de 1808, precisamente un día antes de que los potentados de Rusia y Alemania se postraran en Erfurt a los pies de Napoleón

En circunstancias revolucionarias, más aún que en circunstancias normales, los destinos de los ejércitos reflejan la verdadera naturaleza del poder civil. La Junta Central, encargada de arrojar del suelo español a los invasores, se vio obligada, ante los triunfos de las tropas enemigas, a retirarse de Madrid a Sevilla y de Sevilla a Cádiz, para morir allí ignominiosamente. Caracterizó su reinado una deshonrosa sucesión de derrotas, el aniquilamiento de los ejércitos españoles y finalmente la disolución de la resistencia regular en hazañas de guerrillas, Como dijo Urquijo, un noble español, dirigiéndose al capitán general de Castilla, Cuesta, el 3 de abril de 1808:

Nuestra España representa en sí un edificio gótico, construido con los materiales más diversos; existen en nuestro país tantos gobiernos, privilegios, leyes y costumbres como provincias. En España no hay nada que se parezca a lo que en Europa se llama dirección social. Estas causas constituirán siempre un obstáculo a la creación de un poder central que sea lo suficientemente sólido para unir todas las fuerzas nacionales.

Así, pues, si la situación de España en la época de la invasión francesa implicaba las mayores dificultades para la creación de un centro revolucionario, la composición misma de la Junta Central la incapacitaba para estar a la altura de la terrible crisis que atravesaba el país. Excesivamente numerosos y elegidos al azar para ejercer las funciones de un gobierno ejecutivo, sus representantes eran al mismo tiempo muy pocos para que pudieran tener la pretensión de desempeñar el papel de Convención nacional El solo hecho de que fueran delegados por las juntas provinciales, les hacía incapaces de vencer las inclinaciones ambiciosas, la mala voluntad y el caprichoso egoísmo de estas corporaciones. Las juntas mencionadas, cuyos miembros, como ya hemos indicado en el artículo precedente, eran elegidos por regla general atendiendo a la posición que ocupaban en la antigua sociedad y no a su aptitud para crear una nueva, enviaron a su vez a la Junta Central a grandes de España, prelados, títulos de Castilla, ex ministros, altos empleados civiles y militares de elevada graduación, en lugar de los nuevos elementos surgidos de la revolución, Desde sus comienzos, la revolución española fracasó por esforzarse en conservar un carácter legítimo y respetable.

Los dos miembros más eminentes de la Junta Central, a cuyo alrededor se habían agrupado sus dos grandes partidos, fueron Floridablanca y Jovellanos, víctimas ambos de la persecución de Godoy, ambos ex ministros, valetudinarios y envejecidos en los hábitos rutinarios y formalistas del dilatorio régimen español, cuya lentitud solemne y circunstanciada se había hecho ya proverbial en tiempos de Bacon, quien exclamó una vez: «¡Ojalá la muerte me llegue de España, porque entonces llegará muy tarde!»

Floridablanca y Jovellanos representaban un antagonismo, pero un antagonismo perteneciente al período del siglo XVIII que precedió a la revolución francesa. El primero era un burócrata plebeyo; el segundo, un filántropo aristocrático. Floridablanca era partidario y ejecutor del despotismo ilustrado que representaban Pombal, Federico II y José II; Jovellanos era un «amigo del pueblo», al que esperaba elevar a la libertad mediante un sistema de leyes económicas, elaboradas con toda prudencia, y por la propaganda literaria de doctrinas generosas. Ambos eran opuestos a las tradiciones del feudalismo, esforzándose el uno por despejar el terreno al poder monárquico y tratando el otro de librar a la sociedad civil de sus trabas. El papel de cada uno de ellos en la historia de su país se ajusta a la diversidad de sus opiniones. Floridablanca gozó de un poder supremo como primer ministro de Carlos III y su gobierno se tornó despótico en la medida en que halló resistencia. Jovellanos, cuya carrera ministerial bajo Carlos IV fue de corta duración, conquistó su influencia sobre el pueblo español, no como ministro, sino como sabio, no con decretos, sino con sus escritos.

Floridablanca, cuando la borrasca de los tiempos lo llevó a la cabeza de un gobierno revolucionario, era un octogenario que sólo conservaba intacta su fe en el despotismo y su desconfianza en la acción espontánea popular. Al ser enviado a Madrid como delegado dejó en el Ayuntamiento de Murcia una protesta secreta en la que declaraba que sólo había cedido a la fuerza y ante el temor de que el pueblo siguiese el camino de los asesinatos y que firmaba aquel documento con el objeto expreso de prevenir al rey José para que no lo culpara nunca de haber aceptado el mandato popular. No contento con el retorno a las tradiciones de su madurez, rectificó aquellas medidas de su pasado ministerial que ahora le parecían demasiado audaces.

Así, él, que había expulsado de España a los jesuitas apenas se vio instalado en la Junta Central, hizo que se les autorizara a regresar «en calidad de particulares». Si algún cambio se había producido para él desde el período de su mando anterior era únicamente el de que Godoy, que había desterrado y desposeído de su omnipotencia gubernamental al gran conde de Floridablanca, dejaba su puesto ahora a este mismo conde de Floridablanca, y se veía expulsado a su vez. Éste era el hombre al que la Junta Central designó para presidirla y al que la mayoría de la Junta consideró como caudillo infalible.

Jovellanos, que dirigía la minoría más influyente de la Junta Central, había envejecido también y perdido gran parte de sus energías en el largo y penoso encarcelamiento que le impusiera Godoy.

Pero aun en sus mejores tiempos no había sido un hombre de acción revolucionaria, sino un reformador bien intencionado, que por su exceso de delicadeza respecto a los medios a emplear jamás se hubiera atrevido a llevar las cosas hasta el fin. En Francia acaso hubiera llegado hasta donde Mounier o Lally-Tollendal, pero ni un paso más allá. En Inglaterra hubiera figurado como un miembro popular de la Cámara de los Lores.

En la España sublevada podía proporcionar ideas a la juventud llena de aspiraciones, pero prácticamente no podía competir ni aun con la tenacidad servil de un Floridablanca. No exento por completo de prejuicios aristocráticos y, por lo mismo, propenso en gran medida, como Montesquieu, a la anglomanía, esta notable personalidad constituía la prueba de que si España había engendrado por excepción una mente capaz de grandes síntesis, sólo pudo hacerlo a costa de la energía individual de que estaba dotada para la realización de tareas puramente locales.

Cierto es que de la Junta Central formaban parte unos cuantos hombres –a quienes dirigía don Lorenzo Calvo de Rosas, delegado de Zaragoza–, los cuales, a la vez que adoptaban las opiniones reformadoras de Jovellanos, incitaban a la acción revolucionaria. Pero su número era demasiado escaso y sus nombres demasiado poco conocidos para que les fuera posible sacar la lenta carreta estatal de la Junta fuera del camino trillado del ceremonial español.

Ese poder, compuesto tan torpemente, constituido tan sin energía, acaudillado por tales antiguallas, estaba llamado a realizar una revolución y a vencer a Napoleón. Si sus proclamas eran tan enérgicas como débiles sus hechos, debíase al poeta don Manuel Quintana, al que la Junta tuvo el buen gusto de nombrar secretario y de confiarle la redacción de sus manifiestos.

Como los héroes pretenciosos de Calderón que, confundiendo la distinción convencional con la grandeza genuina, solían anunciarse mediante una tediosa enumeración de todos sus títulos, la Junta se ocupó ante todo de decretar los honores y distinciones propios de su elevada posición. Su presidente recibió el título de «alteza»; los demás miembros, el de «excelencia», y a la Junta en pleno le fue reservado el de «majestad». Sus componentes adoptaron un pintoresco uniforme parecido al de general. Adornaron sus pechos con insignias que representaban a ambos mundos y se asignaron emolumentos anuales de 120.000 reales. La circunstancia de que los jefes de la España en revuelta se preocupasen, ante todo, de vestirse con trajes teatrales, a fin de entrar majestuosa y dignamente en la escena histórica, se hallaba de acuerdo con la antigua escuela española.

Rebasaríamos los límites de estos bosquejos si penetráramos en la historia interna de la Junta Central y en los detalles de su administración. Para nuestro objeto bastará con dar respuesta a dos preguntas. ¿Qué influencia ejerció la Junta en el desarrollo del movimiento revolucionario español? ¿Qué influencia ejerció en la defensa del país? Una vez contestadas estas dos preguntas, hallarán explicación muchos aspectos de las revoluciones españolas del siglo XIX que hasta ahora aparecían misteriosos e inexplicables.

Desde el comienzo, la mayoría de la Junta Central consideró como su primordial deber sofocar los primeros arrebatos revolucionarios. Por esto amordazó de nuevo a la prensa y designó a un nuevo Inquisidor General, al que por fortuna los franceses impidieron entrar en funciones. A pesar de que gran parte de las tierras españolas eran bienes de «manos muertas» –en forma de mayorazgos y dominios inalienables de la Iglesia–, la Junta ordenó suspender la venta de estas propiedades, que había dado ya comienzo, amenazando incluso con anular los contratos privados tocantes a los bienes eclesiásticos que ya habían sido vendidos. La Junta reconoció la deuda nacional, pero no adoptó ninguna medida financiera para aliviar al presupuesto del cúmulo de cargas con que lo había agobiado una secular sucesión de gobiernos corrompidos, ni hizo nada para reformar su sistema tributario proverbialmente injusto, absurdo y oneroso, ni para abrir a la nación nuevas fuentes de trabajo productivo, rompiendo los grilletes del feudalismo.

New York Daily Tribune,20 de octubre de 1854

Ya en tiempos de Felipe V, Francisco Benito la Soledad decía: «Todas las desventuras de España proceden de los togados». A la cabeza de la funesta jerarquía jurídica de España se hallaba el Consejo Real de Castilla. Surgido en los turbulentos tiempos de los Juanes y los Enriques, fortalecido por Felipe II, que descubrió en él un valioso complemento del Santo Oficio, había aprovechado las calamidades de los tiempos y la debilidad de los últimos reyes para usurpar y acumular en sus manos las más heterogéneas atribuciones y añadir a sus funciones de Tribunal Supremo las de legislador y superintendente administrativo de todos los reinos de España.


De ese modo llegó a superar en poder al mismo Parlamento francés, al que se asemejaba en muchos aspectos, salvo en el hecho de que nunca se ponía del lado del pueblo. Habiendo sido la autoridad más poderosa de la vieja España, el Consejo Real tenía que ser naturalmente el enemigo más implacable de una España nueva y de todas las autoridades populares recién surgidas que amenazaban con mermar su influencia suprema. Como gran dignatario de la orden de los abogados y garantía viva de todos sus abusos y privilegios, el Consejo disponía naturalmente de todos los numerosos e influyentes intereses encomendados a la jurisprudencia española. Era, por tanto, un poder con el que la revolución no podía llegar a ningún compromiso: había que barrerlo, o permitir que fuese él quien barriese a la revolución. Como hemos visto en un articulo anterior, el Consejo se había vendido a Napoleón y con este acto de traición había perdido toda su influencia sobre el pueblo. Pero el día en que se hizo cargo del poder, la Junta Central fue lo bastante necia para comunicar al Consejo su constitución y pedirle que le prestara juramento de fidelidad, declarando que, después de recibírselo, enviaría la misma fórmula de juramento a todas las demás autoridades del reino.
Ese paso irreflexivo, censurado en voz alta por todo el partido revolucionario, persuadió al Consejo de que la Junta Central necesitaba su apoyo. El Consejo no tardó en abandonar su timidez, y tras fingidas vacilaciones que duraron varios días, declaró, de mala gana, su sumisión a la Junta, agregando a su juramento, como expresión de sus escrúpulos reaccionarios, la recomendación de que la Junta se disolviera, reduciendo el número de sus miembros a tres a cinco, con arreglo a la Ley 3, Partida 2, Título 15, y ordenara la disolución forzosa de las juntas provinciales. Después de que los franceses volvieron a Madrid y disolvieron el Consejo Real, la Junta Central, no satisfecha con su primer desatino, cometió la insensatez de resucitarlo, creando el Consejo Reunido, que no era más que la unión del Consejo de Castilla con todas las demás supervivencias de los antiguos Consejos reales. De este modo, la Junta creó por su propia iniciativa un poder central para la contrarrevolución, poder que, opuesto al suyo, nunca cesó de molestarla y contrarrestar sus actividades con sus intrigas y conspiraciones, tratando de inducirla a adoptar las medidas más impopulares, para denunciarla después con ademanes de virtuosa indignación y exponerla a la cólera y al desprecio del pueblo. Huelga casi decir que con haber reconocido primero y restaurado después el Consejo Real, la Junta Central no pudo reformar nada ni en la organización de los tribunales españoles ni en su legislación civil y criminal más defectuosa.

No obstante el predominio en la insurrección española de los elementos nacionales y religiosos, existió en los dos primeros años una muy resuelta tendencia hacia las reformas sociales y políticas, como lo prueban todas las manifestaciones de las juntas provinciales de aquella época, que, aun formadas como lo estaban en su mayoría por las clases privilegiadas, nunca se olvidaban de condenar el antiguo régimen y de prometer reformas radicales. El hecho lo prueban asimismo los manifiestos de la Junta Central. En la primera proclama de ésta a la nación, fechada el 26 de octubre de 1808, se dice:

Una tiranía de veinte años, ejercida por gente completamente incapaz, nos ha conducido al borde del precipicio. El pueblo, lleno de odio y de desprecio, ha vuelto la espalda a su Gobierno. Oprimidos y humillados, sin conocer nuestras propias fuerzas, buscando inútilmente el apoyo contra nuestro propio Gobierno en nuestras instituciones y leyes, incluso la dominación de los extranjeros hemos aceptado recientemente con menos odio que la funesta tiranía que pesa sobre nosotros. El dominio ejercido por la voluntad de un solo hombre, siempre caprichoso y casi siempre injusto, se ha prolongado demasiado tiempo; demasiado tiempo se ha abusado de nuestra paciencia, de nuestro legalismo, de nuestra lealtad generosa; por esto ha llegado el momento de llevar a la práctica leyes beneficiosas para todos. Son necesarias las reformas en todos los terrenos. La Junta crea distintas comisiones, cada una de las cuales se ocupará de un número de funciones determinadas y a las cuales se podrán después mandar todos los documentos referentes a los asuntos gubernamentales y administrativos.

En el manifiesto fechado en Sevilla el 28 de octubre de 1809, la Junta decía:
Un despotismo degenerado y caduco ha desbrozado el camino a la tiranía francesa. Dejar que el Estado sucumba a consecuencia de los antiguos abusos, constituiría un crimen tan monstruoso como entregaros a manos de Bonaparte.

Parece ser que en la Junta Central existía una división del trabajo sumamente original: el partido de Jovellanos se encargaba de proclamar y protocolizar las aspiraciones revolucionarias de la nación, y el partido de Floridablanca se reservaba el placer de darles un rotundo mentís y de oponer a la ficción revolucionaria la realidad contrarrevolucionaria. Para nosotros, sin embargo, lo importante es probar, basándonos en las mismas afirmaciones de las juntas provinciales consignadas ante la Central, el hecho frecuentemente negado de la existencia de aspiraciones revolucionarias en la época de la primera insurrección española.

De la influencia ejercida por los representantes de la Junta Central en las diversas provincias a que fueron enviados puede deducirse el uso que la Junta Central hizo de las oportunidades que para implantar reformas le proporcionaban la buena voluntad de la nación, la presión que ejercían los acontecimientos y la presencia de un peligro inmediato. Un escritor español nos dice ingenuamente que la Junta Central, en la que no sobraban las grandes capacidades, tuvo buen cuidado de retener en el centro a los miembros más eminentes y de enviar a la periferia a los que no valían para nada. Estos delegados fueron investidos de la facultad de presidir las juntas provinciales y de representar a la Junta Central con la plenitud de sus atribuciones. Para citar sólo algunos ejemplos de su actuación, hablaremos del general de la Romana, al que los soldados españoles solían llamar el «marqués de las Romerías», por sus perpetuas marchas y contramarchas. (No se entablaba nunca combate sino cuando daba la casualidad de que él estaba ausente). Ese general, al ser arrojado de Galicia por Soult, entró en Asturias en calidad de delegado de la Junta Central. Su primer acto consistió en enemistarse con la Junta provincial de Oviedo, cuyas medidas, enérgicas y revolucionarias, le habían granjeado el odio de las clases privilegiadas. Llevó las cosas hasta el extremo de disolver la Junta y sustituir a sus miembros por sus propias criaturas. Informado el general Ney de estas disensiones surgidas en una provincia que había ofrecido una resistencia general y unánime a los franceses, lanzó al momento sus tropas contra Asturias, arrojó de allí al «marqués de las Romerías», entró en Oviedo y lo saqueó durante tres días. Cuando los franceses evacuaron Galicia a fines de 1809, nuestro marqués y delegado de la Junta Central entró en La Coruña, concentró en sus manos toda la autoridad, suprimió las juntas de distrito que se habían multiplicado con la insurrección y las reemplazó por gobernadores militares; amenazó a los miembros de dichas juntas con perseguirlos, y persiguió efectivamente a los patriotas, manifestando extraordinaria benevolencia para con todos los que habían abrazado la causa del invasor y procediendo en todos los demás aspectos como un badulaque nocivo, incapaz y caprichoso. Y ¿cuáles habían sido los errores de las juntas provinciales y de distrito de Galicia? Esas juntas habían ordenado un reclutamiento general sin excepciones para clases ni personas, habían impuesto tributos a los capitalistas y propietarios, habían reducido los sueldos de los funcionarios públicos, habían ordenado a las congregaciones religiosas que pusieran a su disposición los ingresos guardados en sus arcas; en una palabra, habían adoptado medidas revolucionarias. Desde la llegada del glorioso «marqués de las Romerías», Asturias y Galicia, las dos provincias que más se distinguieron por su unánime resistencia a los franceses, se ponían al margen de la guerra de la Independencia cada vez que no se veían amenazadas por un peligro inmediato de invasión.

En Valencia, donde parecieron abrirse nuevos horizontes mientras el pueblo quedó entregado a sí mismo y a los jefes elegidos por él, el espíritu revolucionario se vio quebrantado por la influencia del Gobierno central. No satisfecha con colocar esta provincia bajo el generalato de un don José Caro, la Junta Central envió como delegado «propio» al barón de Labazora. Ese barón culpó a la Junta provincial de haber opuesto resistencia a ciertas órdenes superiores y anuló el decreto por el que aquélla había suspendido sensatamente la ocupación de las canonjías, prebendas y beneficios eclesiásticos vacantes, para destinar las cantidades correspondientes a los hospitales militares, Ello dio origen a agrias disputas entre la Junta Central y la de Valencia. A esto se debió más tarde el letargo de Valencia bajo la administración liberal del mariscal Suchet. De ahí el entusiasmo con que proclamó a Fernando VII a su regreso, oponiéndolo al Gobierno revolucionario de entonces.

En Cádiz, que era lo más revolucionario de España en aquella época, la presencia de un delegado de la Junta Central, el estúpido y engreído marqués de Villel, provocó una insurrección el 22 y 23 de febrero de 1809 que, de no haber sido desviada a tiempo hacia el cauce de la guerra por la independencia, hubiera tenido las más desastrosas consecuencias.

No existe mejor prueba de la arbitrariedad manifestada por la Junta Central en la designación de sus delegados que el ejemplo del señor Lozano de Torres, emisario enviado a Wellington. Dicho señor, al mismo tiempo que se deshacía en adulaciones serviles ante el general inglés, comunicaba secretamente a la Junta que las quejas del general respecto a la escasez de víveres eran del todo infundadas. Wellington descubrió la doblez de este truhán y lo arrojó ignominiosamente de su campamento.

La Junta Central estaba en las más favorables condiciones para llevar a cabo lo que había proclamado en uno de sus manifiestos a la nación española. «La Providencia ha decidido que en la terrible crisis que atravesamos, no pudierais dar un solo paso hacia la independencia sin que al mismo tiempo no os acercara hacia la libertad». Al comienzo de la actuación de la Junta, los franceses no dominaban ni tan sólo la tercera parte del país. Las antiguas autoridades, o estaban ausentes, o postradas a sus pies, por hallarse en connivencia con el invasor, o se dispersaron a la primera orden suya. No había reforma social conducente a transferir la propiedad y la influencia de la Iglesia y de la aristocracia a la clase media y a los campesinos que no hubiera podido llevarse a cabo alegando la defensa de la patria común. Había cabido a la Junta Central la misma suerte que al Comité de Salud Pública francés es decir, la coincidencia de que la convulsión interior se veía apoyada por las necesidades de la defensa contra las agresiones del exterior. Además, tenía ante sí el ejemplo de la audaz iniciativa a que ya habían sido forzadas ciertas provincias por la presión de las circunstancias. Pero no satisfecha con actuar como un peso muerto sobre la revolución española, la Junta Central laboró realmente en sentido contrarrevolucionario, restableciendo las autoridades antiguas, volviendo a forjar las cadenas que habían sido rotas, sofocando el incendio revolucionario en los sitios en que estallaba, no haciendo nada por su parte e impidiendo que los demás hicieran algo. Durante su permanencia en Sevilla, hasta el Gobierno conservador inglés, el 20 de julio de 1809, juzgó necesario dirigir una nota a la Junta protestando enérgicamente contra su rumbo contrarrevolucionario «temiendo que eso pudiera ahogar el entusiasmo del pueblo». Se ha hecho notar en alguna parte que España sufrió todos los males de la revolución sin adquirir energía revolucionaria. De haber algo de cierto en esta observación, ello constituye una abrumadora condena de la Junta Central.

Nos ha parecido muy necesario extendernos sobre este punto porque su importancia decisiva no ha sido comprendida por ningún historiador europeo. Sólo bajo el poder de la Junta Central era posible unir las realidades y las exigencias de la defensa nacional con la transformación de la sociedad española y la emancipación del espíritu nacional, sin lo cual toda constitución política tiene que desvanecerse como un fantasma al menor contacto con la vida real. Las Cortes se vieron situadas en condiciones diametralmente opuestas. Acorraladas en un punto lejano de la península, separadas durante dos años del núcleo fundamental del reino por el asedio del ejército francés, representaban una España ideal, en tanto que la España real se hallaba ya conquistada o seguía combatiendo. En la época de las Cortes, España se encontró dividida en dos partes. En la isla de León, ideas sin acción; en el resto de España, acción sin ideas. En la época de la Junta Central, al contrario, era preciso que se dieran una debilidad, una incapacidad y una mala voluntad singulares por parte del Gobierno supremo para trazar una línea divisoria entre la guerra de independencia y la revolución española. Por consiguiente, las Cortes fracasaron, no como afirman los autores franceses e ingleses, porque fueran revolucionarias, sino porque sus predecesores habían sido reaccionarios y no habían aprovechado el momento oportuno para la acción revolucionaria. Los autores españoles modernos, ofendidos por las críticas anglofrancesas, se han mostrado sin embargo incapaces de refutarlas y hasta ahora se ofenden ante la broma del abate de Pradt: «El pueblo español se asemeja a la mujer de Sganarelle, la cual quiere que la apaleen».

New York Daily Tribune, 27 de octubre de 1854

La Junta Central fracasó en la defensa de su país porque fracasó en su misión revolucionaria. Consciente de su propia debilidad, de la inestabilidad de su poder y de su extremada impopularidad, ¿cómo podía hacer frente a las rivalidades, a las envidias y a las exageradas pretensiones de sus generales, comunes a todas las épocas revolucionarias, sino mediante argucias indignas e intrigas mezquinas? Presa como se hallaba de un constante temor y de una constante desconfianza en sus propios jefes militares, podemos dar crédito absoluto a Wellington cuando escribía a su hermano el marqués de Wellesley el 1 de septiembre de 1809:


Por lo que he visto en los procedimientos de la Junta Central, mucho me temo que la distribución de sus fuerzas no atienda tanto a la defensa militar y a las operaciones de guerra como a las intrigas políticas y al logro de fines políticos mezquinos.

En las épocas revolucionarias, en que se relajan todos los lazos de subordinación, la disciplina militar sólo puede ser restablecida haciendo pesar severamente sobre los generales la disciplina civil. Como la Junta Central, a causa de su composición absurda, no logró nunca dominar a los generales, éstos no pudieron nunca dominar a los soldados, y hasta el fin de la guerra el ejército español no alcanzó jamás un nivel medio de disciplina y subordinación. Esa insubordinación fue sostenida por la falta de víveres, de ropa y de todos los demás requisitos materiales de un ejército, pues la moral de un ejército –empleando las palabras de Napoleón– depende por completo de su situación material. La Junta Central no podía abastecer regularmente al ejército porque para esto no servían de nada los manifiestos del pobre poeta Quintana, y para añadir fuerza coercitiva a sus decretos hubiera tenido que recurrir a las mismas medidas revolucionarias que había condenado en provincias. El mismo reclutamiento general, sin consideración a privilegios y exenciones, y la facilidad otorgada a todos los españoles para obtener cualquier grado en el ejército, fue obra de las juntas provinciales y no de la Junta Central. Si las derrotas del ejército español eran, pues, provocadas por la incapacidad contrarrevolucionaria de la Junta Central, estos desastres venían a su vez a aumentar el estado de depresión en que se encontraba el Gobierno, y al hacerle objeto del desprecio y del recelo populares aumentaban la dependencia en que se encontraba con respecto a unos jefes militares presuntuosos, pero ineptos.

El ejército regular español, aunque derrotado en todas partes, se presentaba en cualquier sitio. Dispersado más de veinte veces, siempre estaba dispuesto a hacer de nuevo frente al enemigo, y a menudo reaparecía con renovadas fuerzas después de una derrota. De nada servía derrotarle, porque, presto a la huida, sus bajas solían ser pocas y, en cuanto a la pérdida de terreno, le tenía sin cuidado. Retirábase en desorden a las sierras y volvía a reunirse para reaparecer cuando menos se lo esperaba, reforzado por nuevos contingentes y en condiciones, si no de resistir a los ejércitos franceses, al menos de tenerlos en continuo movimiento y de obligarles a diseminar sus fuerzas. Más afortunados que los rusos, los españoles no tuvieron siquiera necesidad de morir para resucitar de entre los muertos.

La desastrosa batalla de Ocaña del 19 de noviembre de 1809 fue la última gran batalla campal dada por los españoles. A partir de entonces se limitaron a la guerra de guerrillas. El mero hecho del abandono de la guerra regular demuestra la anulación de los organismos centrales de gobierno por los organismos locales. Al generalizarse los desastres del ejército regular se generalizaron también las partidas, y las masas populares, sin prestar apenas atención a las derrotas nacionales, se entusiasmaron con los éxitos locales de sus héroes. En este punto al menos, la Junta Central compartía las ilusiones populares. En la Gaceta sepublicaban relatos más detallados de una acción de guerrillas que de la batalla de Ocaña.

Del mismo modo que Don Quijote se oponía a la pólvora con su lanza, así se opusieron las guerrillas a Napoleón, sólo que con muy diferente resultado. «Esas guerrillas –dice la Gaceta Militar austríaca (tomo I, 1821)– tenían, por decirlo así, su base en ellas mismas y toda operación dirigida contra ellas se terminaba con la desaparición de su objetivo».

Es necesario distinguir tres períodos en la historia de la guerra de guerrillas. En el primer período, la población de provincias enteras tomó las armas y se lanzó a acciones de guerrilleros, como en Galicia y Asturias. En el segundo período, partidas formadas con los restos del ejército español, con españoles que desertaban del ejército francés, con contrabandistas, etc., sostuvieron la guerra como cosa propia, libres de toda influencia extraña y atendiendo a sus intereses inmediatos. Circunstancias y acontecimientos afortunados colocaron muchas veces a comarcas enteras bajo sus enseñas. Mientras las guerrillas estuvieron constituidas de esta manera, no hicieron su aparición como un conjunto temible, pero sin embargo eran sumamente peligrosas para los franceses. Las guerrillas constituían la base de un armamento efectivo del pueblo. En cuanto se presentaba la oportunidad de realizar una captura o se meditaba la ejecución de una empresa combinada, surgían los elementos más activos y audaces del pueblo y se incorporaban a las guerrillas. Con la mayor celeridad se abalanzaban sobre su presa o se situaban en orden de batalla, según el objeto de la empresa acometida. No era raro ver a los guerrilleros permanecer todo un día a la vista de un enemigo vigilante para interceptar un correo o apoderarse de víveres. De este modo Mina el Mozo capturó al virrey de Navarra nombrado por José Bonaparte, y Julián hizo prisionero al comandante de Ciudad Rodrigo. En cuanto se consumaba la empresa cada cual se marchaba por su lado y los hombres armados se dispersaban en todas direcciones; los campesinos agregados a las partidas volvían tranquilamente a sus ocupaciones habituales «sin que nadie hiciera ningún caso de su ausencia». De este modo resultaban interceptadas las comunicaciones en todos los caminos. Había miles de enemigos al acecho aunque no pudiera descubrirse ninguno. No podía mandarse un correo que no fuese capturado, ni enviar víveres que no fueran interceptados. En suma, no era posible realizar un movimiento sin ser observado por un centenar de ojos. Al mismo tiempo no había manera de atacar la raíz de una coalición de esta especie. Los franceses se veían obligados a permanecer constantemente armados contra un enemigo que, aunque huía continuamente, reaparecía siempre y se hallaba en todas partes sin ser realmente visible en ninguna, sirviéndole las montañas de otras tantas cortinas.

«No eran los combates ni las escaramuzas –dice el abate de Pradt– lo que agotaba a las tropas francesas, sino las incesantes molestias de un enemigo invisible que, al ser perseguido, desaparecía entre el pueblo para volver a surgir inmediatamente con renovada energía. El león de la fábula, terriblemente martirizado por un mosquito, constituye una fiel imagen de la situación del ejército francés».

En el tercer período las partidas imitaron al ejército regular: reforzaron sus destacamentos hasta formarlos de 3.000 a 6.000 hombres, dejaron de ser fuerzas de comarcas enteras y cayeron en manos de unos cuantos jefes, que las utilizaron como mejor convenía a sus fines particulares. Ese cambio de sistema de las guerrillas proporcionó a los franceses grandes ventajas. Imposibilitados por su número de esconderse y de desaparecer de súbito sin aceptar la batalla como habían hecho antes, los guerrilleros se veían frecuentemente sorprendidos, derrotados, dispersados e incapacitados por mucho tiempo de causar nuevas molestias.

Comparando los tres períodos de la guerra de guerrillas con la historia política de España, se ve que representan los respectivos grados de enfriamiento del ardor popular por culpa del espíritu contrarrevolucionario del Gobierno. Empezando por el alzamiento de poblaciones enteras, la guerra irregular fue hecha a continuación por partidas cuyas reservas estaban constituidas por comarcas enteras, y más tarde se llegó a los cuerpos de voluntarios, prestos siempre a caer en el bandidaje o a convertirse en regimientos regulares.

Su independencia con respecto al Gobierno supremo, el relajamiento de la disciplina, los continuos desastres, la formación, descomposición y reconstrucción constantes de los cuadros en el transcurso de seis años, forzosamente tenían que imprimir al ejército español un carácter pretoriano, haciéndolo propenso a convertirse por igual en el instrumento o en el azote de sus jefes. Los mismos generales, que necesariamente habían tenido que participar en el Gobierno central, reñir con él o conspirar contra él, echaban siempre su espada en la balanza política. Así, Cuesta, que después pareció conquistar la confianza de la Junta Central en la misma proporción en que perdía las batallas, había empezado por conspirar con el Consejo Real y por prender a los diputados de León en la Junta Central. El propio general Morla, miembro de la Junta Central, se pasó al campo bonapartista después de haber entregado Madrid a los franceses. El fatuo «marqués de las Romerías», miembro también de la Junta Central, conspiró contra ella con el presuntuoso Francisco Palafox, con el desdichado Montijo y con la turbulenta Junta de Sevilla. Los generales Castaños, Blake y La Bisbal (uno de los O’Donnell) figuraron e intrigaron sucesivamente como regentes en la época de las Cortes, y, finalmente, el capitán general de Valencia don Javier Elio puso España a merced de Fernando VII. Indudablemente, el elemento pretoriano se hallaba más desarrollado entre los generales que entre sus tropas.


En cuanto a las guerrillas, es evidente que, habiendo figurado durante tantos años en el teatro de sangrientas luchas, y habiéndose acostumbrado a la vida errante, satisfaciendo libremente sus odios, sus venganzas y su afición al saqueo, tenían que constituir por fuerza en tiempos de paz una muchedumbre sumamente peligrosa, dispuesta siempre a entrar en acción a la primera señal en nombre de cualquier partido y de cualquier principio, a defender a quien fuera capaz de darle buena paga o un pretexto para los actos de pillaje.
New York Daily Tribune, 30 de octubre de 1854

El 24 de septiembre de 1810 se reunieron en la isla de León las Cortes extraordinarias; el 20 de febrero de 1811 se trasladaron a Cádiz; el 19 de marzo de 1812 promulgaron la nueva Constitución y el 20 de septiembre de 1813, tres años después de su apertura, terminaron sus sesiones.


Las circunstancias en que se reunió este Congreso no tienen precedente en la historia. Además de que ninguna asamblea legislativa había hasta entonces reunido a miembros procedentes de partes tan diversas del orbe ni había pretendido resolver el destino de regiones tan vastas en Europa, América y Asia, con tal diversidad de razas y tal complejidad de intereses; casi toda España se hallaba ocupada a la sazón por los franceses y el propio Congreso, aislado realmente de España por tropas enemigas y acorralado en una estrecha franja de tierra, tenía que legislar a la vista de un ejército que lo sitiaba.

Desde la remota punta de la isla Gaditana, las Cortes emprendieron la tarea de echar los cimientos de una nueva España, como habían hecho sus antepasados desde las montañas de Covadonga y Sobrarbe ¿Cómo explicar el curioso fenómeno de que la Constitución de 1812, anatematizada después por las testas coronadas de Europa reunidas en Verona como la más incendiaria invención del jacobinismo, brotara de la cabeza de la España monástica y absolutista precisamente en la época en que ésta parecía consagrada por entero a sostener la guerra santa contra la revolución? ¿Cómo explicar, por otra parte, la súbita desaparición de esta misma Constitución, desvaneciéndose como una sombra («un sueño de sombra», dicen los historiadores españoles) al entrar en contacto con un Borbón de carne y hueso? Si el nacimiento de esta Constitución es un misterio, su muerte no lo es menos. Para resolver el enigma nos proponemos empezar por examinar brevemente la propia Constitución de 1812, que los españoles trataron de poner nuevamente en vigor en dos épocas posteriores, primero durante el período de 1820 a 1823 y después en 1836.

La Constitución de 1812 consta de 334 artículos y está dividida en los diez títulos siguientes: 1) la nación española y los españoles; 2) el territorio español, su religión, su Gobierno y los ciudadanos españoles; 3) las Cortes; 4) el rey; 5) las instituciones de justicia y el procedimiento civil y criminal; 6) la administración interior de las provincias y de los municipios; 7) los impuestos; 8) las fuerzas armadas nacionales; 9) la instrucción pública; 10) el respeto de la Constitución y los procedimientos para modificarla.

Partiendo del principio de que «la soberanía tiene su origen esencial en el pueblo, el cual tiene, por esto, el derecho exclusivo de decretar las leyes fundamentales», la Constitución proclama, no obstante, una división de poderes, con arreglo a la cual «el poder legislativo corresponde a las Cortes junto con el rey», «la ejecución de las leyes corresponde exclusivamente al rey» y «la aplicación de las leyes en los procesos civiles y criminales corresponde a las instituciones judiciales. Ni las Cortes ni el rey tienen el derecho de intervenir en las funciones judiciales, de inmiscuirse en los asuntos dudosos y de proceder a una revisión una vez pronunciada la decisión de los organismos judiciales».

La base de la representación nacional es el número de habitantes, eligiéndose un diputado por cada setenta mil. Las Cortes están formadas por una sola Cámara, la de diputados, elegidos por medio del sufragio universal. El derecho electoral es disfrutado por todos los españoles, a excepción del personal de servicio doméstico, de las personas que se hayan declarado en quiebra y de los criminales. A partir del año 1830 no disfrutará de este derecho el ciudadano que no sepa leer y escribir. Las elecciones son, sin embargo, indirectas, ya que tienen que pasar por tres grados: las elecciones de parroquia, de distrito y de provincia. No se establece como requisito para ser elegido diputado el de poseer determinados bienes. Cierto es que, según el artículo 92, «el diputado a Cortes, para ser elegido, debe disponer de una renta anual decente, que tenga realmente como origen la posición personal»; pero el artículo 93 deja sin efecto el anterior hasta que en sus futuras reuniones las Cortes declaren llegado el momento de ponerlo en práctica. El rey no tiene derecho a disolver las Cortes ni a prorrogar sus sesiones; las Cortes se reunirán anualmente en la capital el 1 de marzo sin necesidad de ser convocadas y funcionarán cuando menos tres meses sin interrupción.

Las Cortes serán renovadas cada dos años y ningún diputado puede ser elegido dos veces consecutivas, es decir, que sólo se puede ser reelegido transcurridos los dos años de una nueva legislatura. Ningún diputado puede pedir ni aceptar del rey recompensas, pensiones u honores. Los secretarios de Estado, los consejeros de Estado y los que desempeñen cargos palaciegos no pueden ser elegidos diputados a Cortes. Ningún funcionario público puede ser elegido diputado por la provincia en la que desempeña su misión. Para indemnizar a los diputados por los gastos que realicen, las provincias respectivas contribuirán con las dietas que las Cortes determinen en el segundo año de su funcionamiento para las que han de sustituirlas. Las Cortes no pueden deliberar en presencia del rey. En los casos en que los ministros tengan que hacer una comunicación a las Cortes en nombre del rey, podrían asistir a los debates cuando y como las Cortes lo juzguen conveniente y tendrán derecho a voz, pero no podrán presenciar ninguna votación. El rey, el príncipe de Asturias y los regentes tienen que jurar la Constitución ante las Cortes, las cuales decidirán sobre cualquier cuestión de hecho o de derecho relacionada con la sucesión del trono y, en caso necesario, elegirán una regencia. Las Cortes han de aprobar, antes de ser ratificados, todos los tratados de alianzas ofensivas o de carácter comercial o financiero, autorizarán o prohibirán la entrada de tropas extranjeras en el reino, decretarán la creación o supresión de cargos en los tribunales establecidos por la Constitución e igualmente la creación o abolición de empleos públicos; determinarán cada año, a propuesta del rey, las fuerzas de mar y tierra en tiempo de paz y en tiempo de guerra; dictarán disposiciones con respecto al ejército, a la armada y a la milicia nacional en todas sus ramas; fijarán los gastos de la administración pública; establecerán los impuestos anuales; concertarán empréstitos en caso de necesidad con la garantía de los fondos públicos; decidirán en todo lo relativo al sistema monetario y de pesas y medidas; establecerán un plan general de instrucción pública, protegerán la libertad política de la prensa, harán real y efectiva la responsabilidad de los ministros, etc. El rey tiene derecho de aplazar la aplicación de las leyes en el período comprendido entre dos legislaturas; si este mismo proyecto de ley es propuesto de nuevo a las Cortes y adoptado por las mismas en el año próximo, entonces se supone que el rey ha dado ya su consentimiento y éste se halla obligado a manifestarlo abiertamente.

Antes de terminar sus trabajos, las Cortes elegirán de su seno una Comisión permanente de siete miembros, que funcionará en la capital hasta la apertura de las nuevas Cortes, hallándose investida de poderes para vigilar la estricta observancia de la Constitución y de las leyes; esta Comisión informará a las Cortes siguientes de cualquier infracción observada y tendrá facultades para convocar Cortes extraordinarias en momentos críticos. El rey no puede salir del país sin el consentimiento de las Cortes. Necesita asimismo su consentimiento para contraer matrimonio. Las Cortes señalan los ingresos anuales de la casa real.

El único Consejo privado del rey es el Consejo de Estado, del que no forman parte los ministros y que está compuesto de cuarenta personas: cuatro eclesiásticos, cuatro grandes de España y el resto funcionarios distinguidos, todos ellos elegidos por el rey de la lista de ciento veinte nombres presentada por las Cortes; pero ningún diputado puede ser consejero y ningún consejero puede aceptar del rey cargos, títulos o nombramientos. Los consejeros de Estado no pueden ser destituidos sin razones suficientes, probadas ante el Tribunal Supremo de Justicia. Las Cortes determinan los emolumentos para los miembros del Consejo, cuya opinión ha de oír el rey en todas las cuestiones importantes, y designan a los candidatos para los cargos eclesiásticos y judiciales. En la parte dedicada a la judicatura son abolidos todos los antiguos consejos, se establece una nueva organización de tribunales y se crea un Tribunal Supremo para juzgar a los ministros en caso de acusación contra ellos, para fiscalizar todos los casos de destitución y suspensión de empleo de los consejeros de Estado y de los funcionarios judiciales, etc. Ningún proceso puede ser empezado sin hacer antes una tentativa de conciliación. Quedan abolidas las torturas, las exacciones y la confiscación de bienes. Se suprimen todos los tribunales extraordinarios a excepción de los militares y eclesiásticos, contra cuyas decisiones puede apelarse, sin embargo, al Tribunal Supremo.

Para el gobierno interior de las ciudades y municipios (donde no existan éstos, deberán ser constituidos, abarcando distritos con una población de mil almas) se crearán ayuntamientos de uno o más alcaldes, regidores y concejales presididos por el corregidor y elegidos por sufragio universal. Ningún funcionario público en activo nombrado por el rey puede ser elegido alcalde, regidor o concejal. La gestión municipal constituye un deber cívico al cual no puede sustraerse nadie sin motivos suficientemente fundados. Las corporaciones municipales desempeñarán todas sus funciones bajo la vigilancia de la Diputación provincial.
El gobierno político de las provincias será confiado al gobernador (jefe político), designado por el rey. El gobernador se halla asesorado por una diputación de la cual es presidente y que es elegida por los distritos cuando se reúnen para las elecciones generales de diputados a Cortes. Esas diputaciones provinciales constan de siete miembros, auxiliados por un secretario retribuido por las Cortes. Las diputaciones celebrarán sesión durante noventa días a lo sumo cada año. Por las atribuciones y deberes a ellas asignados pueden ser consideradas como comisiones permanentes de las Cortes. Todos los miembros de los ayuntamientos y diputaciones provinciales prestan juramento de fidelidad a la Constitución al tomar posesión de sus cargos. En lo que se refiere a los impuestos, todos los españoles sin excepción están obligados a contribuir, en proporción con sus medios, a sufragar los gastos del Estado. Quedan suprimidas todas las aduanas, a excepción de las de costas y fronteras. Todos los españoles están sujetos igualmente al servicio militar, y además del ejército regular se formará una unidad de milicianos nacionales en cada provincia, reclutada entre los habitantes de la misma en número proporcionado a su población y características. Finalmente, la Constitución de 1812 no puede ser alterada, ampliada o corregida en ninguno de sus detalles hasta ocho años después de su promulgación.

Cuando las Cortes trazaron este nuevo plan del Estado español, comprendían, por supuesto, que una Constitución política tan moderna sería completamente incompatible con el antiguo sistema social y por ello dictaron una serie de decretos conducentes a introducir cambios orgánicos en la sociedad civil. Así, por ejemplo, abolieron la Inquisición; suprimieron las jurisdicciones señoriales, con sus privilegios feudales exclusivos, prohibitivos y privativos, a saber, los de caza, pesca, bosques, molinos, etc., exceptuando los adquiridos a título oneroso, por los cuales había de pagarse indemnización. Abolieron los diezmos en toda la monarquía, suspendieron los nombramientos para todas las prebendas eclesiásticas no necesarias para el ejercicio del culto y adoptaron medidas para la supresión de los monasterios y la confiscación de sus bienes.
Las Cortes se proponían transformar las vastas extensiones de tierra yerma, las posesiones reales y los terrenos comunales de España en propiedad privada, vendiendo la mitad para la extinción de la deuda pública, distribuyendo por sorteo una parte, como recompensa patriótica entre los soldados desmovilizados de la guerra de la Independencia, y concediendo otra parte asimismo gratuitamente y por sorteo a los campesinos pobres que quisieran poseer tierra y no pudieran comprarla. Las Cortes autorizaron el cercado de los pastos y otros bienes comunales, lo cual estaba anteriormente prohibido. Derogaron las absurdas leyes que impedían que los terrenos para pastos fueran convertidos en tierra de labor o viceversa, y en general redimieron a la agricultura de las viejas normas arbitrarias y ridículas. Revocaron todas las leyes feudales relativas a los contratos agrícolas y asimismo la ley según la cual el heredero de un mayorazgo no estaba obligado a confirmar los arriendos concedidos por sus antecesores, pues la validez de los mismos expiraba con el que los había otorgado. Anularon el «voto de Santiago», antiguo tributo consistente en cierta cantidad del mejor pan y del mejor vino que los labradores de ciertas provincias tenían que entregar principalmente para el sostenimiento del arzobispo y del capítulo de Santiago. Establecieron un impuesto progresivo considerable, etc.

Siendo uno de sus principales objetivos conservar el dominio de las colonias americanas, que ya habían empezado a sublevarse, las Cortes reconocieron a los españoles de América los mismos derechos políticos que a los de la Península, proclamaron una amnistía general sin ninguna excepción, dictaron decretos contra la opresión que pesaba sobre los indígenas de América y Asia, cancelaron las mitas y los repartimientos abolieron el monopolio del mercurio y, al prohibir el comercio de esclavos, se pusieron en este aspecto a la cabeza de Europa.

La Constitución de 1812 ha sido acusada, de una parte –por ejemplo, por el mismo Fernando VII en su edicto del 4 de mayo de 1814–, de ser una mera imitación de la Constitución francesa de 1791, trasplantada por unos visionarios al suelo español sin tener en cuenta las tradiciones históricas de España. De otra parte ha habido personas –por ejemplo, el abate de Pradt (De la révolution actuelle de l’Espagne)–que han sostenido que las Cortes se habían aferrado de un modo irrazonable a fórmulas caducas, tomadas de los antiguos fueros y correspondientes a los tiempos feudales, en que la autoridad real se hallaba amenazada por los desmesurados privilegios de los grandes.

Lo cierto es que la Constitución de 1812 es una reproducción de los fueros antiguos, pero leídos a la luz de la revolución francesa y adaptados a las exigencias de la sociedad moderna. El derecho a la insurrección, por ejemplo, suele considerarse como una de las innovaciones más audaces de la Constitución jacobina de 1793 pero este mismo derecho se encuentra en los antiguos fueros de Sobrarbe, donde es llamado «Privilegio de la Unión». Ese derecho figura también en la antigua Constitución de Castilla.

Según los fueros de Sobrarbe, el rey no puede hacer la paz ni declarar la guerra, ni concertar tratados sin el previo consentimiento de las Cortes. La Comisión permanente, compuesta de siete miembros de las Cortes, encargada de velar por la rigurosa observancia de la Constitución durante el período de disolución del cuerpo legislativo, se hallaba establecida de antiguo en Aragón y fue introducida en Castilla en la época en que las Cortes principales de la monarquía se fusionaron en una sola corporación. Hasta el período de la invasión francesa existió una institución similar en el reino de Navarra.

Por lo que se refiere a la creación de un Consejo de Estado compuesto de 120 miembros, propuestos al rey por las Cortes y por ellas retribuidos, esta singular creación de la Constitución de 1812 fue sugerida por el recuerdo de la fatal influencia ejercida por las camarillas en todas las épocas de la monarquía española. Con el Consejo de Estado se intentaba sustituir a la camarilla. Además, habían existido instituciones análogas en el pasado. En la época de Fernando IV, por ejemplo, el rey se hallaba rodeado siempre de doce comuneros, designados por las ciudades de Castilla, que ejercían las funciones de consejeros privados, y en 1419 los delegados de las ciudades se lamentaban de que sus representantes hubieran dejado de ser llamados al Consejo del rey. La exclusión de las Cortes de los altos funcionarios y de los palaciegos, así como la prohibición de que los diputados aceptaran del rey honores o empleos, parecen a primera vista tomadas de la Constitución de 1791 y derivadas naturalmente de la moderna división de poderes sancionada por la Constitución de 1812; pero, en realidad, no sólo encontramos precedentes de este género en la antigua Constitución de Castilla, sino que, además, sabemos que el pueblo, en diferentes épocas, se sublevó y dio muerte a los diputados que habían aceptado honores o empleos de la Corona. En cuanto al derecho de las Cortes a designar una regencia en caso de minoría de edad del heredero de la corona, siempre había sido ejercido por las antiguas Cortes de Castilla durante las largas minorías de edad del siglo XIV.

Cierto es que las Cortes de Cádiz privaron al rey del derecho que había ejercido siempre de convocar, disolver o prorrogar las Cortes; pero toda vez que éstas habían caído en desuso precisamente debido a los métodos por medio de los cuales los reyes ampliaban sus privilegios, saltaba a la vista la necesidad de abolir ese derecho. Los hechos enumerados bastan para demostrar que la afanosa limitación del poder real –el rasgo más saliente de la Constitución de 1812–, plenamente justificada de otra parte por el reciente e indignante recuerdo del abominable despotismo de Godoy, tenía su origen en los antiguos fueros de España. Las Cortes de Cádiz no hicieron más que transferir las atribuciones de las castas privilegiadas a la representación nacional. Hasta qué punto temían los reyes españoles los antiguos fueros se patentiza en el hecho de que, cuando en 1805 fue necesaria una nueva compilación de leyes, apareció un decreto real en virtud del cual debían ser suprimidas de la nueva compilación todas las reminiscencias del feudalismo contenidas en el código anterior y correspondientes a una época en que la debilidad de la monarquía obligó a los reyes a llegar con sus vasallos a compromisos que iban en detrimento del poder soberano.

Si la elección de los diputados por sufragio universal constituía una novedad, no debe olvidarse que las mismas Cortes de 1812 fueron elegidas por sufragio universal y que asimismo lo fueron todas las juntas; que toda limitación del sufragio universal hubiera sido, por lo tanto, la violación de un derecho conquistado ya por el pueblo y, finalmente, que, de haberse condicionado el derecho electoral a los medios de fortuna en una época en que casi toda la propiedad inmueble se hallaba en «manos muertas», hubiera sido excluir a la mayoría de la población.

El sistema parlamentario de Cámara única no fue copiado en modo alguno de la Constitución francesa de 1791, como pretenden los malhumorados conservadores ingleses. Nuestros lectores saben ya que desde los tiempos de Carlos I (el emperador Carlos V) la aristocracia y el clero habían perdido sus puestos en las Cortes de Castilla. Pero, aun en la época en que las Cortes se dividían en brazos que representaban a los diferentes estados, se reunían en un mismo salón separados unos de otros sólo por el hecho de ocupar escaños diferentes, y votaban en común. Entre las provincias en las que las Cortes poseían aún un poder efectivo en la época de la invasión francesa, Navarra conservaba la antigua costumbre de convocar las Cortes por estados; pero en las Vascongadas, las asambleas, completamente democráticas, no admitían ni siquiera al clero. Además, si bien el clero y la aristocracia habían conservado sus odiosos privilegios, hacía ya mucho tiempo que habían dejado de formar corporaciones políticas independientes, cuya existencia constituía la base de la composición de las antiguas Cortes.

La separación de los poderes judicial y ejecutivo, decretada por las Cortes de Cádiz, era reclamada ya en el siglo XVIII por los estadistas más esclarecidos de España, y el odio general que se había concitado el Consejo Real desde el principio de la revolución, hizo que se sintiera unánimemente la necesidad de reducir a los tribunales a su esfera peculiar de acción.

La parte de la Constitución que se refiere a la administración municipal de los pueblos es de origen genuinamente español, como ya hemos indicado en un artículo precedente. Las Cortes no hicieron más que restablecer el antiguo sistema municipal, aunque despojándolo de su carácter medieval. En cuanto a las diputaciones provinciales, investidas de los mismos poderes para la administración interna de las provincias que los ayuntamientos para la de los pueblos, las Cortes, al darles forma, tomaron como modelo instituciones similares que existían aún en la época de la invasión francesa en Navarra, Vizcaya y Asturias. Al abolir las exenciones del servicio militar, las Cortes no hicieron otra cosa que sancionar lo que había sido práctica general durante la guerra de la Independencia. La abolición de la Inquisición no era asimismo sino la consagración de un hecho, ya que el Santo Oficio, aunque restablecido por la Junta Central, no se había atrevido a reanudar sus funciones, contentándose sus sagrados miembros con embolsarse sus emolumentos y aguardar prudentemente tiempos mejores. En cuanto a la supresión de los abusos feudales, las Cortes no llegaron siquiera tan lejos como llegaban las reformas tan insistentemente reclamadas en el célebre informe de Jovellanos, presentado en 1795 al Consejo Real en nombre de la Sociedad Económica de Madrid.

Ya a fines del siglo XVIII, los ministros del despotismo ilustrado, Floridablanca y Campomanes, habían empezado a dar pasos en este sentido. Además, no debe olvidarse que en simultaneidad con las Cortes existía en Madrid un Gobierno francés, que en todas las provincias dominadas por los ejércitos de Napoleón había extirpado todas las instituciones monásticas y feudales e introducido el moderno sistema de administración. Los periódicos bonapartistas denunciaban la insurrección como cosa producida enteramente por las intrigas y los sobornos de Inglaterra, con ayuda de los frailes y la Inquisición. Hasta qué punto debió ejercer una saludable influencia en las decisiones de las Cortes la rivalidad con el gobierno invasor podrá verse por el hecho de que la misma Junta Central, en su decreto de septiembre de 1809, por el que se anunciaba la convocatoria de las Cortes, se dirigió a los españoles en los siguientes términos:

«Nuestros enemigos dicen que hemos combatido para defender los antiguos abusos y los defectos inveterados de nuestro gobierno venal. Demostrad que lucháis por el bienestar y por la independencia de vuestro país, que no estáis dispuestos a depender de los deseos indefinidos y del humor variable de un solo hombre», etc.

Por otra parte, podemos descubrir en la Constitución de 1812 indicios inequívocos de un compromiso entre las ideas liberales del siglo XVIII y las tradiciones tenebrosas del clero. Basta citar el artículo 12, según el cual «la religión del pueblo español es y será siempre la católica, apostólica y romana, que es la única religión verdadera. El pueblo la defiende con leyes prudentes y justas y prohíbe la práctica de otras religiones». O bien el artículo 173, que obliga al rey a prestar el siguiente juramento ante las Cortes al subir al trono: «Yo, rey de España por la gracia de Dios y de la Constitución de la monarquía española, juro ante el Todopoderoso y los Santos Evangelios conservar y defender la religión católica, apostólica y romana y no tolerar a ninguna otra religión en el reino».

Examinando, pues, más de cerca la Constitución de 1812 llegamos a la conclusión de que, lejos de ser una imitación servil de la Constitución francesa de 1791, era un producto original de la vida intelectual española, que resucitaba las antiguas instituciones nacionales, introducía las reformas reclamadas abiertamente por los escritores y estadistas más eminentes del siglo XVIII y hacía inevitables concesiones a los prejuicios populares.

New York Daily Tribune, 24 de noviembre de 1854

El hecho de que se reunieran en Cádiz los hombres más progresivos de España se debe a una serie de circunstancias favorables. Al celebrarse las elecciones, el movimiento no había cedido aún, y la propia impopularidad que se había ganado la Junta Central hizo que los electores se orientasen hacia los adversarios de ésta, que pertenecían en gran parte a la minoría revolucionaria de la nación. En la primera sesión de las Cortes hallábanse representadas casi exclusivamente las provincias más democráticas: Cataluña y Galicia.


Los diputados de León, Valencia, Murcia y las islas Baleares no llegaron hasta tres meses después. Las provincias más reaccionarias, las del interior, no pudieron sino en contadas localidades celebrar las elecciones para las Cortes. Para los diferentes reinos, ciudades y municipios de la vieja España, imposibilitados por los ejércitos franceses de elegir diputados, así como para las provincias ultramarinas de la nueva España, cuyos diputados no pudieron llegar a su debido tiempo, fueron designados sustitutos, escogidos entre la turbamulta, compuesta de gentes que habían ido a parar a Cádiz a consecuencia del desconcierto creado por la guerra, de sudamericanos, de comerciantes del país y de otras partes, a los cuales habían llevado a Cádiz el afán de lucro u otras circunstancias.

Así se dio el caso de que estas provincias estuvieran representadas por hombres más aficionados a la novedad y más impregnados de las ideas del siglo XVIII que lo hubieran sido de haberlos podido elegir ellas mismas. Finalmente, la circunstancia de que las Cortes se reunieron en Cádiz ejerció una influencia decisiva, ya que esta ciudad era conocida entonces como la más radical del reino y parecía más americana que española. Sus habitantes llenaban las galerías de la sala de las Cortes y dominaban a los reaccionarios, cuando la oposición de éstos se tornaba demasiado enojosa, mediante la intimidación y las presiones desde el exterior.

Sería, sin embargo, un gran error suponer que la mayoría de las Cortes estaba formada por partidarios de las reformas. Las Cortes estaban divididas en tres partidos: los serviles, los liberales (estos epítetos salieron de España para difundirse por toda Europa) y los americanos. Éstos últimos votaban alternativamente por uno u otro partido, de acuerdo con sus intereses particulares.

Los serviles, muy superiores en número, eran arrastrados por la actividad, el celo y el entusiasmo de la minoría liberal. Los diputados eclesiásticos, que integraban la mayoría del partido servil, se mostraban siempre dispuestos a sacrificar las prerrogativas regias; en parte porque recordaban el antagonismo de la Iglesia respecto al Estado, y en parte buscando popularidad para salvar así los privilegios y los abusos de su casta.

Durante los debates sobre el sufragio universal, el sistema de la Cámara única, la supresión del requisito de propiedad para el derecho electoral y el veto suspensivo, el partido eclesiástico se puso siempre al lado del sector más democrático de los liberales contra los partidarios de la Constitución inglesa. Uno de sus miembros, el canónigo Cañedo, después arzobispo de Burgos e implacable perseguidor de los liberales, se dirigió al señor Muñoz Torrero, canónigo también, pero perteneciente al partido liberal, en los siguientes términos: «Estáis de acuerdo con reservar al rey un poder enorme; pero como clérigo estáis obligado ante todo a luchar por los intereses de la Iglesia y no por los del rey».

Los liberales se vieron obligados a entrar en estos compromisos con el partido de la Iglesia, como ya hemos hecho patente apoyándonos en algunos artículos de la Constitución de 1812. Al discutirse la libertad de imprenta, los sacerdotes la combatieron, como «contraria a la religión».

Después de debates sumamente borrascosos y tras haber declarado que todas las personas tenían libertad para expresar sus ideas sin necesidad de licencia especial, las Cortes aprobaron unánimemente una enmienda que, al introducir el vocablo «políticas», redujo dicha libertad a la mitad de su alcance y dejó todos los escritos sobre cuestiones religiosas sometidos a la censura de las autoridades eclesiásticas de acuerdo con las decisiones del Concilio de Trento.

El 18 de agosto de 1813, después de aprobado un decreto contra todos los que conspirasen contra la Constitución, se aprobó otro declarando que todo el que conspirara con objeto de que la nación española dejara de profesar la religión católica, sería perseguido como traidor y condenado a muerte. Al ser abolido el «voto de Santiago» se aprobó una resolución compensadora, proclamando patrona de España a Santa Teresa de Jesús.

Asimismo, los liberales tuvieron buen cuidado de no proponer la abolición de la Inquisición, de los diezmos, de los monasterios, etc, hasta después de promulgada la Constitución. Pero a partir de este mismo instante la oposición de los serviles dentro de las Cortes, y del clero fuera de ellas, se hizo implacable.

Habiendo expuesto ya las circunstancias que explican el origen y las características de la Constitución de 1812, queda por resolver el problema de su repentina y fácil desaparición al retorno de Fernando VII. Rara vez ha presenciado el mundo un espectáculo más humillante.

Cuando Fernando entró en Valencia el 16 de abril de 1814, «el pueblo, presa de un júbilo exaltado, se enganchó a su carroza y dio a entender al rey por todos los medios, verbal y prácticamente, que anhelaba verse de nuevo sometido al yugo de antaño»; resonaron gritos jubilosos de «¡Viva el rey absoluto!» «¡Abajo la Constitución!».

En todas las grandes ciudades, la Plaza Mayor había sido rotulada Plaza de la Constitución, colocándose en ella una lápida con dichas palabras. En Valencia fue arrancada la lápida y sustituida por una placa «provisional» de madera, en la que se leía: «Real Plaza de Fernando VII». El populacho de Sevilla destituyó a todas las autoridades existentes, eligió en su lugar otras para que ocuparan todos los cargos que habían existido bajo el antiguo régimen, y después pidió a las autoridades que restablecieran la Inquisición.

De Aranjuez a Madrid, la carroza de Fernando VII fue arrastrada por el pueblo. Cuando el rey se apeó del carruaje, la turba lo levantó en hombros, lo mostró triunfalmente a la inmensa muchedumbre congregada delante del palacio y asi lo condujo hasta sus aposentos. En el frontispicio del Congreso de Madrid figuraba la palabra «Libertad» en grandes letras de bronce. La plebe corrió allí a quitarla. Llevaron escaleras de mano, fueron arrancando una tras otra las letras y, al caer a la calle cada una de ellas, los espectadores repetían sus aclamaciones. Reunieron todos los diarios de las Cortes y todos los periódicos y folletos liberales que fue posible encontrar, formaron una procesión a la cabeza de la cual iban las cofradías religiosas y el clero regular y secular, amontonaron todos los papeles en una plaza pública y los sacrificaron en un auto de fe político, después de lo cual se celebró una misa solemne y se cantó un Te Deum en acción de gracias por el triunfo alcanzado.

Más importante acaso que todo eso (ya que en estas vergonzosas manifestaciones de la plebe, la canalla de las ciudades fue en parte pagada para hacerlas, y además prefería, como los lazzaroni napolitanos, el gobierno ostentoso de los reyes y de los frailes al régimen sobrio de las clases medias) es el hecho de que en las nuevas elecciones generales obtuvieran una victoria decisiva los serviles; las Cortes Constituyentes se vieron reemplazadas el 20 de septiembre de 1813 por las Cortes ordinarias, que se trasladaron de Cádiz a Madrid el 15 de enero de 1814.

Según hemos puesto ya de manifiesto en anteriores artículos, el mismo partido revolucionario había contribuido a despertar y fortalecer los viejos prejuicios populares, con el propósito de convertirlos en otras tantas armas contra Napoleón.

Hemos visto cómo la Junta Central, en el único período en que podían combinarse las reformas sociales con las medidas de defensa nacional, hizo cuanto estuvo de su mano por impedirlas y por reprimir las aspiraciones revolucionarias de las provincias, Las Cortes de Cádiz, por el contrario, sin relación alguna con España durante la mayor parte de su existencia, no habían podido siquiera dar a conocer su Constitución y sus leyes orgánicas sino al retirarse los ejércitos franceses.

Las Cortes llegaron, por así decir, post factum. Encontraron a la sociedad fatigada, exhausta, dolorida: consecuencia natural de una guerra tan prolongada, sostenida enteramente en el suelo español, de una guerra en la que, con los ejércitos en continuo movimiento, el Gobierno de hoy rara vez era el de mañana, en tanto que la efusión de sangre no cesaba un solo día durante cerca de seis años en toda la superficie de España, de Cádiz a Pamplona y de Granada a Salamanca.

No cabía esperar que una sociedad semejante fuera muy sensible a las bellezas abstractas de una Constitución política cualquiera. Sin embargo, cuando se proclamó por primera vez la Constitución en Madrid y en las otras provincias evacuadas por los franceses, fue acogida con «delirante entusiasmo», pues las masas esperaban de un mero cambio de gobierno la súbita desaparición de sus sufrimientos sociales. Cuando descubrieron que la Constitución no estaba dotada de tan milagrosas facultades, las mismas exageradas esperanzas que la festejaron a su llegada se convirtieron en desengaño, y entre estos apasionados pueblos meridionales, del desengaño al odio no hay más que un paso.

Había también otras circunstancias que contribuyeron principalmente a enajenar las simpatías populares al régimen constitucional. Las Cortes habían publicado severísimos decretos contra los afrancesados o josefinistas. Las Cortes se habían visto obligadas a hacerlo en parte por el clamor vengativo del populacho y de los reaccionarios, los cuales se revolvieron contra las Cortes en cuanto fueron puestas en vigor las medidas que habían obligado a decretar.

A consecuencia de estas medidas fueron desterradas más de diez mil familias. Una multitud de pequeños tiranos invadió las provincias evacuadas por los franceses, estableciendo su autoridad proconsular y emprendiendo investigaciones, procesos, encarcelamientos, medidas inquisitoriales contra los acusados de adhesión a los franceses por haber aceptado cargos de ellos o haberles comprado bienes nacionales, etc. La regencia, en vez de procurar que la transición del régimen francés al nacional se produjese de una manera discreta y conciliadora, hizo todo lo posible por agravar los males y exacerbar las pasiones inevitables en tales traspasos de poderes. Pero ¿por qué obró de esta forma? Para poder pedir a las Cortes la suspensión de la Constitución de 1812, que, al decir de ella, había provocado tan grandes daños.

Hemos de hacer notar, de paso, que todas las regencias, todas estas autoridades ejecutivas supremas nombradas por las Cortes, solían hallarse integradas por los más resueltos enemigos de las Cortes y de su Constitución.

Ese curioso hecho se explica simplemente por la circunstancia de que los americanos se pusieron siempre de acuerdo con los serviles cuando se trataba de la formación del poder ejecutivo, cuya debilitación juzgaban necesaria para conseguir que las provincias americanas se independizasen de la madre patria, pues estaban seguros de que no bastaba con la simple discrepancia entre el poder ejecutivo y las Cortes soberanas.

La implantación por las Cortes de un impuesto directo único sobre la renta de la tierra, así como sobre los beneficios industriales y comerciales, suscitó también un gran descontento entre el pueblo, pero todavía fue mayor el que suscitaron los absurdos decretos prohibiendo la circulación de todas las monedas españolas acuñadas por José Bonaparte y ordenando a sus poseedores cambiarlas por moneda nacional, al mismo tiempo que prohibían la circulación de moneda francesa y fijaban el tipo a que había de cambiarse.

Ese tipo de cambio difería muchísimo del establecido por los franceses en 1808 para el valor relativo de las monedas francesa y española, debido a lo cual muchos particulares sufrieron grandes pérdidas. Esa absurda medida contribuyó también a elevar el precio de los artículos de primera necesidad, que ya rebasaba considerablemente el nivel medio.

Las clases más interesadas en el derrocamiento de la Constitución de 1812 y en la restauración del antiguo régimen –la grandeza, el clero, los frailes y los abogados– no dejaron de fomentar hasta el más alto grado el descontento popular derivado de las desdichadas circunstancias que acompañaron a la implantación en el suelo español del régimen constitucional. De aquí la victoria de los serviles en las elecciones generales de 1813.

Sólo en el ejército podía temer el rey alguna resistencia seria; pero el general Elfo y sus oficiales, violando el juramento que habían prestado a la Constitución, proclamaron a Fernando VII en Valencia sin mencionar la Constitución. El ejemplo de Elio no tardaron en seguirlo los demás jefes militares.

En el decreto de 4 de mayo de 1814, por el que Fernando VII disolvía las Cortes de Madrid y derogaba la Constitución de 1812, expresaba al mismo tiempo su odio al despotismo, prometía convocar las Cortes con arreglo a las formas legales antiguas, establecer una libertad de prensa razonable, etc.

Fernando VII cumplió su palabra de la única manera que merecía el recibimiento que el pueblo español le había tributado, esto es, derogando todas las leyes dictadas por las Cortes, volviendo a poner todo como estaba antes, restableciendo la Santa Inquisición, llamando a los jesuitas desterrados por su abuelo, mandando a galeras, a los presidios africanos o al destierro a los miembros más destacados de las juntas y de las Cortes, así como a sus partidarios y, por último, ordenando el fusilamiento de los guerrilleros más ilustres: Porlier y Lacy.

New York Daily Tribune,
1 de diciembre de 1854

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